Image: La noche en que fui traicionada

Image: La noche en que fui traicionada

Novela

La noche en que fui traicionada

Andrés Sorel

29 mayo, 2002 02:00

Andrés Sorel. Foto: Mercedes Rodríguez

Planeta. Barcelona, 2002. 304 páginas, 16 euros

La literatura de Andrés Sorel (Segovia, 1937) responde siempre a una marcada preferencia por cuestiones sociales y políticas. Tanto su obra ensayística como sus narraciones abordan problemas relativos a la guerra y sus consecuencias, a la opresión de unos hombres por otros, a la difícil aspiración del ser humano a gozar de una vida libre y justa frente al poder establecido.

La noche en que fui traicionada no es una excepción, y, por si fuera poco, constituye tal vez la obra más ambiciosa, más cuidada y también más madura del autor. La acción se sitúa en El Barco de ávila. Allí, el nacimiento del amor entre Silvia y Enrique en los meses convulsos y tensos que preceden a la guerra civil hace correr paralelamente los sentimientos más delicados y las acciones más brutales. El amor se mantiene en medio de la más salvaje destrucción y a pesar de la forzada separación de los enamorados, que no es sólo física, sino también ideológica, lo que hace de ellos -un tanto forzadamente- una encarnación moderna de Romeo y Julieta, como el autor se encarga de subrayar mediante oportunas citas que van jalonando el relato. El narrador contempla la historia pasada en tres momentos, no por azar denominados "actos": El 18 de julio de 1936 y el mismo día de los años 1986 y 1996. El tiempo intermedio lo rellenan las informaciones del narrador y, sobre todo, los escritos de Silvia y Enrique, que ofrecen perspectivas diferentes: por un lado, la ola de violencia desatada en la comarca del Barco; por otro, las experiencias de un joven falangista que ve cómo se desmoronan sus ideales al comprobar cómo han cedido paso a la sangre, la venganza y el asesinato en su propio bando.

Tanto las cartas como los diálogos de ambos pertenecen al registro de una prosa culta, sin ánimo de imitar los rasgos de la lengua hablada. Es significativo que en un coloquio mantenido por Silvia y Enrique en 1996 se digan: "-¿Por qué ya no se habla literariamente? -Porque la literatura está dejando de existir" (pág. 271). Aquí, sin embargo, el autor se ha esforzado por crear muchas páginas de buena literatura, no de simple crónica "realista" o testimonial. Hay en esta novela -y conviene destacarlo- una contundente y nítida postura moral que a menudo se echa de menos en nuestra narrativa; pero existe asimismo una noble y eficaz retórica, por ejemplo, en las descripciones de la represalia de Badajoz a cargo de las tropas de Yagöe (págs. 209-214) o de la entrada de los sublevados en El Barco (págs. 72-75), así como en algunas enumeraciones (pág.92). Los puntos flacos residen en algunos aspectos de la historia (no conocemos apenas la vida de Enrique después de la guerra, ni se entiende la razón de su vuelta, y menos su decisión final, y tampoco es convincente la serie de coloquios últimos de ambos antiguos enamorados), y también en algunos descuidos idiomáticos. Hay usos mejorables, como departir (pág. 10) por ‘compartir’, culpabilizar (págs. 226, 290) por ‘culpar’, un omnipresente restar por ‘quedar, faltar’ (págs. 23, 28,114, 187, 234, etc.), incluyendo una "nieve restada en las cumbres de los montes" (pág. 83) que rechina como calco innecesario del francés. Por otro lado, es imposible que alguien hable en 1936 de dejar "aparcados otros temas" (pág. 49) y digno de mejor causa un neologismo como "desfranquistización" (pág. 249).