Image: Pedro y Paula

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Novela

Pedro y Paula

Helder Macedo

10 julio, 2002 02:00

Helder Macedo

Trad. Mario Merlino. Tusquets. Barcelona, 2002. 231 págs. 23 euros

¿Cómo se consigue la inteligencia, por parte del lector, de una novela inteligente? ¿Con qué recursos somos capaces, nosotros los lectores, de desentrañar la confusión y el cúmulo de engaños y la profusión de mentiras en que se manifiesta el vivir, sobre todo en las novelas inteligentes? ¿Son tan fáciles de comprender los avatares de la tontería?

¿Si la inteligencia tantas veces se cifra no ya en contenidos sino en la consciencia de los modos de pensar, ¿es posible que la novela misma nos enseñe a pensar, a pensarla, a pensarse -y con ella a percibir mejor la confusión, los engaños y las mentiras de los hombres?

Son preguntas que suscita la lectura de la refulgente novela de Helder Macedo, que por fin se traduce en España. Sus novelas han sido tres, Partes de áfrica (1991), Pedro e Paula (1998) y Vícios e virtudes (2000). Con anterioridad había publicado varios libros de poesía, reunidos en más de una ocasión (1969, 1979); y buen número de contribuciones a la historia crítica de la literatura portuguesa, entre las que se destaca Nós (1975), un estudio en profundidad de Cesário Verde, el gran poeta finisecular.

El espacio de Pedro y Paula se construye a lo largo de una línea que incluye tres lugares primordiales: Mozambique, expresión del vasto imperio africano portugués; Lisboa; y Londres. Desde Mozambique se viven ámbitos de descomposición durante los últimos años del imperio. Desde Lisboa, los de las vísperas del 25 de abril de 1975; y luego la vida "explosiva" de las esperanzas revolucionarias, cuando "la política era el código de otras inquietudes". Desde Londres, las perplejidades de los exiliados; y luego las perspectivas europeas del narrador, el día de hoy, que está en Londres cuando escribe y es él también un personaje palpable. Para todos los personajes es decisivo el entorno, el momento envolvente, como por ejemplo "ser feliz en tiempos de sufrimiento". Los distintos capítulos de la novela son como hitos de un largo e imprevisible camino histórico. Macedo presenta esos momentos en que la Historia es arrolladora, en que las pasiones amorosas y las políticas, las urgencias eróticas y las ideológicas, se confunden y se unen en una misma ambigöedad.

Claro que el tiempo de la novela es asimismo múltiple, escindido en un ir y venir cinematográfico entre distintos tiempos, pero integrados por el saber de un escritor que entiende que el sentido de la Historia y el de las historias individuales sólo se pueden concebir a posteriori, desde el presente. Claro que la ficción y la introducción de nombres y cosas reales son compatibles; pero cuanto más inventado es lo que se cuenta, más recortada quedará la omniscencia -en la novela inteligente- del narrador, dividido entre un "inventor de probabilidades" y un "cronista de incertidumbres".

Son tres también los personajes principales: Pedro y Paula, los hermanos gemelos; y Gabriel, que fue amigo y tal vez amante de la madre de los gemelos; y luego amigo y sin duda amante de Paula. La madre es importante, como asimismo un hábil superviviente de la policía secreta (pide). Pero la relación entre Pedro y Paula, gemelos antagónicos, diferentísimos moralmente, pero complementarios, se hace dueña del libro y del interés del lector. En realidad son indivisibles; y la novela es la historia de su mutua liberación final, desde el ángulo sobre todo de Paula. Pero no del lector, que entiende que los personajes son metáforas de un mundo y una época; y de principios opuestos que ninguna dialéctica reconcilia. Sólo la ironía ilimitada de Macedo y su comprensión de la complejidad de los personajes y de los tiempos hacen posible una presentación tan convincente de la hipocresía, la mentira, y la confusión moral que envuelven a los protagonistas.

Macedo sabe que nada ni nadie es sencillo. Sabe sorprender, dejar al lector estupefacto, eludir la obviedad. Nos descoloca, trastoca los códigos habituales de lectura, pero no es oscuro. Su brío y su valentía como escritor nunca desafallecen. Por mucho que cultive las alusiones literarias y las complicidades políticas, no deja de escribir una ficción, como Balzac, que le obliga a seguir y perseguir a sus personajes, fascinantes, hasta el final de sus vidas y el final de la novela. Y en fin de cuentas triunfa aquello que celebraba Roland Barthes, el placer de la lectura -claro que lo más inteligente posible.

Claudio GUILLéN