Eduardo Mendoza: "Me he vuelto un exquisito, un pedante y un muermo"
Eduardo Mendoza, por Gusi Bejer
Pregunta: La aventura del tocador de señoras fue uno de los éxitos de la temporada pasada: ¿sorprendido? Respuesta: En parte, sí: siempre espero lo peor. En parte, no: es una novela de fácil lectura, en una clave que ya había demostrado su eficacia anteriormente. P: ¿Cómo le recomendaría su lectura a un joven que no ha leído nada suyo? R: A este lector no le haría ninguna recomendación. En todo caso, se las haría a quien ya hubiera leídootros libros míos. Pero soy enemigo de las intromisiones. P: ¿Cómo le dedicaría una novela a la ministra de Cultura? R: Apreciada ministra de Cultura, dos puntos... P: ¿Y a Delibes? R: “Mon cher maître”. P: ¿Y a Pujol? R: “Honorable President”. Soy un hombre protocolario, como bien se ve. P: Para ser un defensor de la muerte de la novela, parece demasiado contumaz: ¿qué aporta al género su próxima obra? P: Seguramente el certificado de defunción. Yo dije que había muerto la novela convencional. Mis últimas novelas no lo son, en el sentido de que no juegan al juego convencional, sino que lo trastocan: no pretenden la identificación del lector con el relato, sino con el relator. P: ¿Qué hay del autor de La ciudad de los prodigios en sus últimos relatos...? R: Lo mismo, tanto en lo bueno como en lo malo. La misma pereza, inseguridad, dispersión, la misma ambición, afición, persistencia. P: ¿En qué ha cambiado? R: Físicamente, un poco. La cabeza menos firme. Cada día menos sociable. P: ¿Cómo definiría su relación con el mercado? ¿Se lee lo que se escribe o se escribe lo que se lee? R: Si supiera cómo funciona el mercado me cotizaría a mí mismo en bolsa. Tengo la misma relación con el mercado que los antiguos griegos tenían con Zeus: acatar su divina voluntad y sus caprichos. P: ¿Alguna vez se ha sometido a las exigencias de su editor? ¿Por qué? P: Nunca he recibido “exigencias”. Tengo la suerte de que mi editor, en el sentido anglosajón del término, haya sido desde el principio Pere Gimferrer, con el que además me une una gran amistad anterior incluso a nuestros vínculos literarios. Siempre o casi siempre me someto a sus “sugerencias”. ¿Por qué? Porque tiene razón. P: ¿Y de su agente? ¿Cam-biaría algo de lo escrito si Balcells se lo indicara? R: Claro. ¿Por qué no? Carmen Balcells es la mejor lectora que he conocido. La base de su éxito es su buen criterio. Lo demás es hablar por hablar. P: Hay quien considera a las agencias culpables de la inflación del mercado editorial ... ¿injustamente? R: La inflación no afecta sólo al mercado editorial. Mi experiencia es nula: yo soy un producto del mercado, no un factor de producción. P: Barcelona es protagonista de gran parte de sus novelas. ¿Es mejor o peor escenario que hace 20 años? R: No creo en el progreso. Tampoco en el retroceso. Unas cosas han mejorado; otras han empeorado. Hay mucho por hacer. En el terreno cultural, tengo la impresión de que se ha perdido vitalidad, de que la cultura se ha institucionalizado. Pero es posible que sea yo el que ha perdido vitalidad y el que se ha institucionalizado. P: Europa ¿sigue siendo el becerro dorado o el desencanto también ha llegado al euro? R: No recuerdo haber sentido mucho entusiasmo por el euro. Como al resto de los europeos, no me interesa “el euro”, sino “mis euros”. Y al precio que están los alimentos, el becerro dorado es una redundancia. P: ¿Cómo es un día cualquiera en su vida? R: A partir de una edad, ningún día es “un día cualquiera”. P: En vísperas del 11-S, ¿cómo vivió y qué sintió ese día? R: Estaba desconectado del mundo y no me enteré de nada hasta más tarde. Me sentí muy mal: viví muchos años en Nueva York, no hay rincón de Manhattan que no conozca ni personaje que no me resulte familiar. Para mí el 11-S no tuvo nada de simbólico. P: ¿Qué está leyendo ahora? R: Esta entrevista. Me daría vergöenza citar títulos, porque me he vuelto un exquisito, un pedante y un muermo. P: ¿Qué autores jóvenes le interesan más? R: No tengo preferencias por edades. Y no estoy tan loco como para dar nombres. P: Dice en su página oficial de internet que siempre supo que acabaría escribiendo, y que “lo que nunca creí es que aquello fuera un oficio: lo veía como una condena.”¿Sin remisión? R: Sí, como todos los jóvenes, era pesimista, porque creía tener mucho tiempo por delante. Me equivoqué. Digamos, de paso, que a veces internet también se equivoca. P: ¿Después de Baroja, quién? R: Muchos antes, muchos después. Baroja fue para mí, en el terreno literario, lo que en otro terreno es el primer amor: una experiencia más útil que sentimental. P: Y después de Mendoza? R: No lo sé y no lo sabré nunca. Mejor así.