Novela

La familia de Agamenón

Carlos Verdier

19 septiembre, 2002 02:00

Premio Ciudad de Salamanca. Algaida. Sevilla, 2002. 312 págs., 18 euros

Los premios literarios tienen muy mala prensa. Pero hay premios y premios. Los más conocidos y comerciales parecen hipotecas de las que están libres otros muchos sin más condicionante que el gusto del jurado. Estos cumplen la misión positiva de dar a conocer obras que, de otro modo, no tendrían fácil acceso a la publicación.

Vale lo que digo para una novela tan singular como La familia de Agamenón, por la que ha apostado el Ciudad de Salamanca en esta ocasión y con ella por un texto que va por libre, desarrolla un asunto al margen de los hoy habituales y está escrito con una personalidad indiferente a los usos dominantes.

Tiene esta opera prima un argumento imposible de resumir en pocas palabras. Por eso debo contentarme con una telegráfica noticia de su contenido, un caso de venganza justiciera cumplida por dos hermanos contra su propia madre y su padrastro. Este crimen forma parte del destino trágico que marca a unas familias gitanas y a él se añaden otros más, alguno de una truculencia extrema. Dicha anécdota se sostiene en una intriga que afecta tanto al conjunto de la historia -si se cumplirá o no el parricidio obligado por un pacto de sangre- como a numerosos detalles y que ofrece al final de la historia sorpresas de gran calibre. No se trata, sin embargo, de un relato de suspense común, sino de una fábula de densidad antropológica. El desarrollo mayor lo merecen asuntos filosóficos y religiosos de siempre: la influencia del destino, los límites de la libertad... Esta temática intelectual se afronta mediante una curiosa mezcla de naturalismo expresionista, lleno de crudezas y primitivismo, y de fantasía poblada por la magia y las supersticiones. Un realismo directo convive con la alucinación y lo que entendemos por realidad tiende en todo momento a trasformarse en otra cosa.

Se entrega Carlos Verdier a un completo antinaturalismo que abarca toda la novela: la cualidad épico-imaginaria de su historia, la estructura del libro y el lenguaje. Este enfoque exigente e irreprochable no produce, sin embargo, resultados del todo felices. Primero, se abusa del adelanto de sucesos sólo inteligibles ya avanzada la trama. Por otra parte, la lengua se recrea en expresiones muy rebuscadas, de un virtuosismo molesto, aparte de poco justificable. Al azar anoto unas pocas: en la mirada surge "un céfiro de triunfo"; la muerte significa "el ocaso del edén y la siniestra aurora de un averno privado, exclusivo".

No alcanza La familia de Agamenón la categoría de una gran novela por las limitaciones señaladas, por el intelectualismo que quita calor humano a la historia y no logra dotarla de plena verosimilitud, y por un abuso del artificio que tiende al rebuscamiento o la desmesura. No es un relato por completo logrado pero palpitan en él todos los indicios de la presencia de un nuevo narrador original e interesante.