Image: El pensamiento de los monstruos

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Novela

El pensamiento de los monstruos

Felipe Benítez Reyes

7 noviembre, 2002 01:00

Felipe Benítez Reyes. Foto: Mercedes Rodríguez

Tusquets. Barcelona, 2002. 296 págs, 15 euros

La obra literaria de Felipe Benítez Reyes -Rota (Cádiz), 1960- es tan abundante como variada, puesto que abarca diversos volúmenes de poesía, novelas, relatos breves, artículos y ensayos.

El escritor gaditano es un caso de vocación bien probada si se examina el ritmo de su producción, y también un escritor brillante, capacitado como pocos para la caricatura y la mordacidad y dotado de un agudo instinto idiomático que convierte muchas de sus páginas en verdaderas fiestas verbales. Frente a la prosa monocorde, trabajosa y hasta un tanto funcionarial de muchos autores que se esfuerzan por ser escritores y que incluso acaban siendo premiados y traducidos, Benítez Reyes exhibe una fluencia torrencial e imaginativa de registros e imágenes que colocan la escritura propiamente dicha -o, si se quiere, el perfil de la prosa- en el primer plano de la enunciación. En El pensamiento de los monstruos, las peculiaridades estilísticas del autor son aún, si cabe, más acentuadas que en otras obras, y sostienen por sí solas un relato en el que los elementos de la historia ofrecen un interés muy relativo.

Claro que esto es un peligro. La novela se reduce a una suma de anécdotas sueltas, de retratos de personajes estrafalarios, de acciones estrambóticas y disparatadas, nacidas de una visión caricaturesca y esperpéntica que aplica a unos cuantos tipos errabundos, tal vez concentrándolas en demasía, las conductas consideradas habitualmente perversas: toxicomanía, dipsomanía, búsqueda a todo trance de la cópula o "monstruo bicéfalo de los ocho tentáculos" (pág. 161) y otros menesteres afines llenan el tiempo del narrador, un policía llamado Jeremías Alvarado, y de sus alocados amigotes de francachelas, como Jup Vergara, el poeta Blasco -autor de un libro inédito "y en crecimiento continuo, titulado Leve y de jade" (pág. 94), el latinista Mutis -intérprete libertino del Collige virgo rosas-, Quinqui, Franki Tatuaje, el Molécula... Y las mujeres: Yeri, Olga, Eva, María... El denominador común que los une es el conjunto de rasgos excéntricos con que el autor los ha caracterizado, convirtiéndolos en individuos anómalos, en tipos raros, en monigotes. En realidad no sucede nada de relieve -ya que ni el grotesco viaje de la pandilla a Puerto Rico añade novedades-, porque no hay historia, sino divagaciones ingeniosas, retratos descoyuntados y chascarrillos elevados al pedestal literario por obra del lenguaje.

El pensamiento de los monstruos es un libro divertido, pero no una novela perdurable, de las que aciertan a plasmar un mundo autónomo de acciones y personajes que dejan huella en la memoria del lector. Benítez Reyes ha dado primacía a la frase ingeniosa, a veces de estirpe ramoniana: "el amor consiste en la conjunción de dos destinos que se ven obligados a buscar un destino común mediante la renuncia a sus destinos respectivos" (pág. 43); "la conciencia, esa bola de polvo" (pág. 32); "la meta del filósofo [...] consiste en contaminar el pensamiento de la gente, en introducirse allí con las mismas intenciones que un gusano cibernético" (pág. 71); una pescadería cerrada es un "tanatorio glacial de seres silenciosos" que se hallan "envueltos ya en un sudario de hielo picado" (pág. 255). El predominio del plano verbal es adecuado para la caricatura -léase la jocosa y brillante caracterización de los movimientos hippies en la pág. 225-, pero puede derivar hacia símiles en que la afanosa exhibición de ingenio aleja la imagen de cualquier experiencia comprobable y, de este modo, neutraliza su eficacia. En "me sentí allí igual que un conejo desollado metido por error en la jaula de oro y lapislázuli del guacamayo bilingöe de un rajá" (pág. 26), por ejemplo, el desarrollo imaginativo se extiende a tantos pormenores que excluye cualquier posibilidad de identificación y convierte el símil en pura pirotecnia verbal. Lo mismo cabría decir de pasajes como éste: "Te sientes como un actor que, después de pasarse cuatro décadas interpretando diariamente a Segismundo o a Otelo, comprende de la noche a la mañana que le hubiese entusiasmado interpretar al grotesco Sancho Panza en un ballet ruso, brincando con una barriga postiza y con unos pantis de colores" (pág. 29).

Esto es lo que predomina en El pensamiento de los monstruos: una rica escritura para sostener un fragilísimo entramado novelesco. Lástima que el autor no haya encontrado una historia y unos personajes que estuvieran a la altura de su insólito talento de escritor.