Image: Desde mi celda

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Novela

Desde mi celda

José María Vaz de Soto

2 enero, 2003 01:00

José María Vaz de Soto. Foto: Carlos Márquez

Renacimiento. Sevilla, 2002. 192 págs, 12 euros

José María Vaz de Soto (Paymogo, Huelva, 1938) tuvo su época de mayor reconocimiento en los años 70 y 80. En los tiempos de experimentación formal el autor dio cima a una tetralogía dialogada, iniciada con Diálogos del anochecer (1972) y concluida con Diálogos de la alta noche (1982), que llevó su nombre a los más importantes estudios sobre la novela de aquellos años.

El carácter reflexivo y la densidad intelectual de su narrativa se extremaron en Despeñaperros (1988), intenso testimonio de una depresión y de una visión pesimista del mundo, con la que ganó el premio Andalucía. Después vinieron tres novelas de corte policiaco, la última de las cuales, Perros ahorcados (2000), le dio el premio de la Crítica Andaluza. Y ahora vuelve a la literatura de pensamiento en Desde mi celda para sumergirse en una desesperada visión del mundo, nihilista por agotamiento de toda humana ilusión.

Como en las novelas de Kafka la lectura literal de esta obra de becqueriano título resulta sencilla, pero no su interpretación debido a la complejidad de su significado y sus múltiples connotaciones simbólicas. El asunto es muy simple: Was está encerrado en una celda. Allí evoca momentos de su vida anterior, reflexiona y comenta sus ocurrencias con Wer, su vecino de celda, y con un vigilante. Por entre sus recuerdos asoma un tenue hilo narrativo con algún suceso delictivo que explica su encarcelamiento. Pero más allá de la contraposición entre Was y Wer, encerrados ambos (nótese la interrogación implícita en el simbolismo de sus nombres), y el vigilante, externamente libre pero enredado en el sistema que rige la vida de fuera, todos parecen figuras de un tiempo repetido, atrapados en el torbellino de la vida, cada cual como actor en su cometido asignado. Por más que el autor pretenda rechazar la lectura de esta novela como una metáfora de la vida, creo que su significado profundo descubre una amarga reflexión sobre la vida y la muerte, sobre la soledad y la vana ambición de triunfos que sólo conducen al vacío existencial, sobre el absurdo de la vida que se completa con la muerte, destino fatal que bien puede ser algo así "como salir de la cárcel hacia una libertad de la que ya no podrá gozarse" (pág. 187).

La construcción narrativa se apoya en una estética de elementos mínimos, con predominio de una voz y sujeción al espacio desnudo de una celda y la invariabilidad de un tiempo abolido. Podría decirse que trata de una novela de voces. Pues Was monologa a solas con su conciencia y dialoga con Wer, sin verse nunca, o con el vigilante. Pero estos diálogos parecen monólogos a dos voces puesto que, más que un intercambio de opiniones, cada uno se afirma en sus ideas previas sin que se produzca una verdadera comunicación. De ahí resulta uno de los temas fundamentales de la novela: la soledad y la incomunicación de los seres humanos en la cárcel de la vida, sin libertad verdadera para superar sus limitaciones esenciales que llevan a la conciencia de fracaso o la locura.

En algunas ocasiones el interlocutor de Was empieza a actuar como receptor crítico. Pero son muy escasos estos momentos y, además, se centran en la crítica del texto generado por Was narrador y sus posibles contradicciones en el modo de recordar sus experiencias. Como un nuevo Cipión cervantino, Wer trata de encauzar el discurso de Was: "Habíamos quedado, si no me equivoco, en que no consigues evocar los sentimientos. ¿Para qué tanta literatura? Palabras, palabras y palabras" (pág. 85). Se trata, pues, de hacer hincapié en la naturaleza literaria del texto. En la novela se impone la imagen del absurdo de la vida, a veces con ramalazos de humor a través de la ironía y la parodia, sobre todo en ciertas manipulaciones religiosas.