Image: El murmullo de las estaciones

Image: El murmullo de las estaciones

Novela

El murmullo de las estaciones

Patricio Peñalver

2 enero, 2003 01:00

Patricio Peñalver. Foto: Archivo

Nausicaa. Murcia, 2002. 154 pàginas, 14’50 euros

ésta es la segunda novela que publica Patricio Peñalver -Espinardo (Murcia), 1953-, aunque, según se indica, su composición es anterior a la de Una novela sin nombre (2000), que fue la obra con que se dio a conocer. Sin duda, la acogida dispensada a la primera publicación ha animado al autor a exhumar aquel relato inicial y ofrecerlo en letra impresa.

Conviene decir sin tapujos que no ha sido una decisión acertada, y que, en beneficio del autor, El murmullo de las estaciones hubiera debido permanecer en el limbo de borradores, tentativas y primeros tanteos que todo escritor conserva y que casi ninguno se decide a publicar. En una frase que muchos autores deberían tener como lema, Valéry sintetizó admirablemente el quehacer literario: "Escribir es rehusar", lo que significa no sólo saber rechazar lo accesorio y superfluo de cada página y hasta de cada frase, sino renunciar a la difusión de aquellas obras que no han alcanzado un nivel mínimo de la calidad pretendida.

Las acciones de esta novela son triviales o casi inexistentes; los personajes que coinciden en una estación -la señora, el chico francés, el señor López, etc.-, así como sus pensamientos e historias, son de una pobreza desalentadora, y poco ayuda el hecho de que Peñalver mezcle estos sucesos con las reflexiones del autor que está componiendo la novela, lo que ni siquiera como artificio técnico encierra novedad alguna. Pero, aunque los sucesos fueran más interesantes y los personajes tuviesen perfiles menos borrosos, El murmullo de las estaciones continuaría siendo un edificio sin cimentar, porque un uso deficiente del idioma erosiona continuamente la construcción. El narrador se refiere desdeñosamente a quienes practican una sintaxis "formalista", consistente en un "estilo refinado que cuida los fonemas y morfemas como signos ortodoxos y no mutantes" (página 40). A pesar de la curiosa alineación de los fonemas como "signos", es evidente que se defiende aquí la atención al lenguaje como instrumento cambiante y en continua mutación, idea compartible que no autoriza, sin embargo, a escribir cosas como "ciertos cafés parisinos con los que con suerte la picota no habría podido con ellos" (página 67), "lo curioso que resultaban las cosas" (página 13), "con ti y con eso" (página 36), "al tanto que" (página 33, por ‘en tanto que’), "sin dar lugar a las dudas" (página 35), "estaba autopsicoanalizando mi propia situación" (página 28), "tengo que tener una meta rectilínea" (página 29), "enfermos melancólicos y gentes de malvivir, en el buen sentido de la palabra" (página 6; ¿de qué palabra?), etc.

Tampoco el cambio lingöístico avala transformar unas conocidísimas palabras de Cicerón en la versión involuntariamente arnichesca "¡Oh tempo, oh mores!" (pág. 20) o hablar reiteradamente de "los trovos" (páginas 42, etc.) por ‘las trovas’. Y hay docenas de acuñaciones pintorescas que nada tienen que ver con el humor. En la estación hay una "sugerente sala de espera" (página 7) y "maletas llenas de pensamientos de vaya usted a saber" (página 7). En las calles, "tan sólo algún que otro taxi aguerrido se disputaba las aceras de la calle con los autobuses urbanos" (página 14). Hay informaciones desconcertantes: "Se levantó de un salto y puso ambos pies en el suelo, porque en realidad sin querarlo siempre se levantaba con el pie izquierdo" (página 31). Y hasta el "nudo" de una intriga adquiere una inesperada forma al hablar de la estructura de una novela con "su principio independiente, su nudo gordiano, y su final" (página 88). Sinceramente: El murmullo de las estaciones estaba mejor en el limbo.