Déjame ir, madre
Helga Schneider
9 enero, 2003 01:00Helga Schneider no renuncia a mostrar los aspectos más inaceptables de sus sentimientos. La repulsión hacia lo que ha sido y es su madre, no le impide albergar una ternura irracional hacia ella. Es incapaz de discernir qué zonas de su alma están contaminadas por su origen, pero es indudable que el Mal también ha emponzoñado a las generaciones posteriores. El alma de Europa está corrompida por un pecado imprescriptible, pues los campos de exterminio son el desenlace de nuestra fe en el progreso. A la luz de este hecho, es inevitable concluir que los proyectos utópicos son incompatibles con la vida y sólo engendran monstruos que, incluso después de su extinción, continúan perviviendo en nuestra memoria como pesadillas recurrentes.
Hace unos meses, Joan Margarit escribió un hermoso libro sobre la muerte de su hija. Tal vez sólo haya algo más doloroso: evocar a nuestros seres queridos y descubrir que no hay en ellos nada que justifique nuestro amor. Con un estilo preciso y eficaz, Schneider nos ha dejado un elocuente testimonio de esta experiencia.