Image: Los palacios distantes

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Novela

Los palacios distantes

Abilio Estévez

23 enero, 2003 01:00

Abilio Estévez. Foto: Tusquets

Tusquets. Barcelona, 2002. 272 páginas, 15 euros

Tras el éxito de público y crítica (Premio de la Crítica Cubana en 1997 y al Mejor Libro Extranjero en Francia, al año siguiente) alcanzados por la novela Tuyo es el reino (1997), que supuso la irrupción en un género distinto del que había practicado el autor (La Habana, 1954) aparece ahora la segunda novela de Abilio Estévez.

Ya con anterioridad había destacado en el teatro (La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea, La noche), cultivador también de la prosa poética en Manual de las tentaciones (1989) o el relato en Juego con Gloria y El horizonte y otros regresos. Los palacios distantes es un canto lírico a La Habana, tema central de la novela. Descubriremos diversos panoramas generales, pero al autor nos conducirá por los diferentes barrios, calles y hasta callejuelas; desde azoteas o a pie de plaza, bajo la óptica de un intelectual, lector de las memorias de Saint Simon, que vive marginado, homosexual, entrado ya en la cuarentena, que debe abandonar por derribo el palacio donde ha vivido hasta entonces. Se caracteriza por su soledad y el miedo, que "se asemeja al frío húmedo de Cuba". Su tragedia debe asimilarse a la de "los sin techo", en una ciudad que agoniza, junto a compatriotas que sobreviven en la estrechez, acosados por la omnipresente policía.

Abilio Estévez es un heterodoxo del sistema castrista, del que se burlará a través de la simbólica figura del padre (Papá Robespierre), antes comunista convencido, más tarde fidelista y ahora, decrépito, abandonado en un cuartucho en una silla de ruedas. Más explícito se mostrará en sus alusiones al "Tirano Inmortal". El presente de la acción se desarrollará en el escenario urbano, convertido en un gigantesco teatro, compartido con el privado, casi secreto, donde vive Don Fuco, quien actúa como payaso y funambulista en las calles y centros hospitalarios de La Habana, rodeado de recuerdos en camerinos abandonados y clausurados, entre vestidos y colecciones de loza, cubiertos de playa y múltiples marionetas, entre las que Victorio descubre los personajes del relato. El resto no serán menos histriónicos, simbólicos y grotescos. La lucha de Victorio, el protagonista homosexual, consiste en hacerse con un espacio donde cobijarse, en vagabundear por la ciudad, antes de que Salma lo incite a practicar también el teatro callejero. Desplegará una filosofía de la existencia que deriva de la concepción narrativa de Virgilio Piñera "el soberbio gigante de las letras...", aludido entre las celebridades en diálogo con María Callas en francés de acento haitiano. La mayor parte de los personajes resultan simbólicos: el policía que detiene homosexuales, pero que los libera a cambio de un anillo; el chino que lee periódicos de otras épocas...

Pero el símbolo fundamental lo constituyen la ciudad y sus gentes, presentadas en sus múltiples facetas. Abilio Estévez desgrana sus ideas sobre el cuerpo, el sexo y el placer con descripciones explícitas, como en su anterior novela, identificados con el paisaje y el clima de La Habana, aunque: "Victorio nunca he tenido la dicha de ir a la cama con alguien. Ningún hombre se ha preocupado por decirle que lo quiere, o por darle el beso en el que diga que lo necesita, lo desea y lo quiere"... Esta carencia de amor se hará notar, asimismo, en la más sensual Salma, cuyo cuerpo es utilizado, entre asco y placer, como instrumento que ha de permitirle alimentar a su madre. Las alusiones a la dictadura castrista son evidentes, aunque no se mencione al personaje pero sí sus eslóganes y el partido comunista y único. De hecho, la visión misma degradada de La Habana se observa como símbolo de una opresión. El tiempo puntual en el que transcurre el relato se identifica con la elevación de globos para celebrar el inicio del milenio, pese a que hay frecuentes saltos atrás que nos conducirán hasta la etapa prerevolucionaria. Abilio Estévez no desdeña tampoco la inclusión de sueños como parte del material narrativo o alusiones al mitológico Hollywood de las estrellas. En su conjunto, la novela configura un mundo grotesco que pretende huir del realismo tradicional, aunque aparezcan escenas, como la del mingitorio, de "realismo sucio". Los mendigos, en degradados palacios con columnas, recuerdan el inicio de El Señor Presidente, de Miguel ángel Asturias. El relato busca la expresividad del lenguaje; inscribe, a menudo, los diálogos en forma narrativa; se decanta por la ficción poética, elige el símbolo. Pero las historias narradas no evitan lo previsto. El poeta avasalla al narrador.