El nombre del mundo
Denis Johnson
6 marzo, 2003 01:00Denis Johnson. Foto: Archivo
Es una suerte leer en nuestro idioma a Johnson por medio de estas traducciones de Fresán, que no sólo ha sabido verter ese estilo obscenamente violento y directo que impresionara a escritores de la talla de Philip Roth, sino que ha sabido transmitirnos ese temperamento irritante y desconsolado que sustenta la psicología de sus personajes.Cargada de urgencia y de tensión, la prosa de Denis Johnson es la que mejor ha sabido reflejar no sólo la cara enferma del sueño americano, sino la experiencia del brutal desarraigo interior del hombre de nuestros días, y lo ha hecho mediante fabulaciones donde la potencia psicótica de sus personajes se alía a una lente distanciadora.
Entre otras cosas es lo que podemos leer en estos dos libros. La aventura de Michael Reed (el profesor de El nombre del mundo) es la de un duelo psicológico por la muerte de su mujer y de su hija en un accidente. Un duelo que lo ha convertido en un nómada de su tristeza, y que lo llevará a una ambigua recuperación de su hija cuando conoce a Flower Cannon, una enigmática alumna que deambula por los límites salvajes de la vida. Johnson crea con ello una ficción introspectiva y de una potencia emocional que gusta de acercarse, como Gogol, a los límites de la locura.
Más Genet que Bukowski, y con drogas, alcoholismo, violencia e incursiones voyeuristas, esa novela fragmentada que es Hijo de Jesús nos vuelve a sumergir en unos comportamientos que parecen haber visitado el abismo y regresan para relatárnoslo. Su belleza escarpada y alucinante, sus panoramas destructivos, hacen aparecer unos relatos que están entre los mejores de la última década en la literatura norteamericana. Más allá de su minimalismo, esta galería de ficciones autobiográficas nos sumerge en unas historias hipnóticas, oscuras y reveladoras. El beatnik con piel de oveja que nos las cuenta lo hace para desplegar una experiencia real cargada de humor negro y fría desesperación. Su credo es la falta de horizonte, su fuerza es el humorismo letal y la experiencia de la vida como una pesadilla reincidente, su resultado es un libro genial.
Es una suerte que este insolente y políticamente incorrecto Johnson vuelva a estar entre nosotros y más con esta excelente traducción. Con Johnson estamos ante un auténtico encuentro, ante una especie de milagro, ante una revolución íntima. Desgarrador siempre, y siempre imprevisible e irónico, incómodo y fuertemente poético (porque la poesía para él es una mutación trágica), Johnson es ese tipo de escritor que puede contener y expresar esas heridas que nunca se convierten en cicatrices, esas heridas que crecen muy hondas en nosotros.