Image: Como bestia que duerme

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Novela

Como bestia que duerme

Camilo José Cela Conde

27 marzo, 2003 01:00

C.J. Cela Conde. Foto: Julián Martín

IV premio F. Quiñones. Alianza, 2003. 283 páginas, 17’31 euros

Es una gratísima sorpresa esta primera novela de Camilo J. Cela Conde. Habría que recomendar a los lectores que se acercasen a ella sin reparar en el apellido del autor y sin buscar posibles concomitancias familiares -en el estilo, en los motivos- que no existen.

Y no existen porque parece evidente que esta obra, sólidamente compuesta y narrada, no es, en rigor, una "primera novela", aunque sea la primera que Cela Conde publica, sino que tiene detrás una notable práctica de escritura narrativa que la caracterización de tipos y la descripción de ambientes y paisajes delata ya desde las primeras páginas.

Dos niños, Arturo y José Manuel, pasan el verano de uno de los primeros años de la posguerra en una soleada isla balear. Allí descubrirán la fascinación del mar y sus misterios, las emociones de la pesca, las historias y las leyendas que circulan sobre peces peligrosos y monstruos marinos, pero también, aunque a medias, el enigma que rodea la ausencia del padre de José Manuel y tío de Arturo. Lo que parecía encaminado a desarrollarse como una historia de personajes infantiles en libertad e incapaces aún de comprender cabalmente el mundo de los mayores -una línea que podría ir desde Tom Sawyer a Pedrito de Andía-, adquiere una súbita gravedad porque, al asociarse a una penosa circunstancia histórica y hacerla gravitar decisivamente sobre los hechos, desencadena el nacimiento en las mentes infantiles de un atroz deseo de venganza que conduce a un dramático desenlace.

Cela Conde ha tenido la habilidad de fundir de modo armónico en su novela diversas modalidades narrativas fácilmente reconocibles: la narración con personajes infantiles que van descubriendo el mundo, el relato de aventuras, la novela de denuncia... El peso de la voz narrativa recae sobre el niño Arturo -con ocasionales intervenciones de otra voz omnisciente que interpela a los personajes en segunda persona- y, en efecto, la perspectiva desde la que se contemplan los hechos, así como su interpretación, a veces brumosa, corresponde al punto de vista infantil. De ahí procede la elevación de elementos minúsculos -los peces, la isla sin nombre, la historia del pescador Sion, etc.- a un rango casi mítico, en los confines de lo maravilloso, y también el paralelismo establecido entre los supuestos monstruos marinos y el personaje en quien se encarnan todos los males de la represión más cruel. Acaso el entendimiento del legajo encontrado en el despacho paterno resulte un tanto inverosímil si se tiene en cuenta el desconocimiento que los niños muestran de la realidad del mundo en que viven, y hubiera sido conveniente tratar de otro modo la escena, sin limitarse a reproducir el seco estilo de los expedientes de depuración política.

Las acciones están narradas con un ritmo excelente y el lenguaje es, sobre todo por lo que se refiere al campo de la navegación y la pesca, de extraordinaria riqueza. Pocas veces en la novela española contemporánea -salvados casos como el de la última novela de Aldecoa, o el de algunas obras de Luis Berenguer- se tiene ocasión de asistir a un despliegue tan preciso de términos para designar clases y partes de las embarcaciones, utensilios de pesca, maniobras, variedades de peces y otras particularidades de esta naturaleza, sólo posibles en quien ha adquirido una prolongada familiaridad con el mundo en que se aloja su historia. Hablar de lo que se conoce bien no es mala tarjeta de presentación para un novelista, y Cela Conde acredita aquí unas condiciones poco frecuentes de narrador y una notable pulcritud idiomática, con mínimos y escasos deslices o formas poco recomendables ( "por contra", págs. 23,38, 177; "detrás suyo", pág. 60; "no la hagáis caso", pág. 132) o con algún uso mejorable, como la referencia a las "campanas" de las ovejas (pág. 58) que debieron ser ‘esquilas’. Es de justicia señalar la aparición de una novela que, como ésta, entretiene sin caer en la trivialidad y ofrece acordes graves sin precipitarse en la truculencia fácil y comercial. Habrá que esperar otras obras del autor.