Image: La mujer de las salas grises

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Novela

La mujer de las salas grises

Fernando Marías

27 marzo, 2003 01:00

Fernando Marías. Foto: Jorge Moreno

Destino. Barcelona, 2003. 322 páginas, 15 euros

Tiene Fernando Marías una congénita tendencia a inventar casos excepcionales. Ocurre desde sus mismos inicios con una novela donde García Lorca deambula enajenado después de haber sobrevivido a sus asesinos.

La siguiente está narrada por alguien que se ha suicidado dieciséis años atrás. Semejante senda de sucesos insólitos sigue la obra que ganó el Nadal 2001 y a ella se apunta también La mujer de las alas grises. Esta trayectoria muestra una manera muy firme de entender la literatura, tanto que cada uno de esos libros acentúa los elementos más llamativos con el grave riesgo de caer en el exceso. Y a este punto llega su nueva novela: personajes excéntricos, situaciones extremadas, anécdotas desmesuradas, amores románticos letales... Con este tipo de materiales construye el autor una peripecia de intriga y violencias, de misterios y sorpresas. Hay una acción, la de un cineasta que prepara un docudrama, cercana al hoy que comienza con una muerte extraña. En ella se intercalan invenciones que alcanzan el comienzo del siglo XX.

Lo real y lo imaginario, la vida corriente y la experiencia creativas, las pasiones y la reflexión artística, la tragedia y el discurso... todo ello se va mezclando en un argumento enrevesado. Al final, y gracias a algunos golpes de efecto, el autor resuelve los cabos sueltos de un laberinto de historias y otros textos enredados como las cerezas. Nada, pues, que reprochar a la resolución material de la trama. Pero ese trabajo puntilloso no evita que uno tenga la sensación de que tanto enigma, y trampa, y episodios llamativos (un bebedor de sangre en el Alcázar de Toledo sitiado, una película porno encargada por el rey Alfonso XIII) son producto de una artificiosidad descontrolada o gratuita. Los límites entre la buena invención y la anécdota absurda pueden ser delgados, y aquí se rompen, sin que valga de coartada la fantasía. Lo mismo pasa con la frontera entre el personaje original y el estrafalario. Y algo parecido ocurre con la lengua: aparte una falta de ortografía (hechado de menos), hay expresiones inverosímiles de puro rebuscadas.
De todo esto se deriva una auténtica fatiga. Busca el autor un tipo de novela de consumo con mucha acción y misterio y sangre y provocaciones y hasta metafísica, una novela que mezcla varias clases de relatos (gótico, histórico, erótico, culturalista), pero se le va la mano. La clave está en una dañina propensión a magnificar cuanto toca, personas, situaciones, sentimientos o pensamientos, y contamina todo, la estructura intrincada, la prosa altisonante, los personajes siempre geniales o superiores, psicológicamente atormentados hasta un punto increíble, los sucesos disparatados, los pensamientos positizos...