Image: Las manos del pianista

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Novela

Las manos del pianista

Eugenio Fuentes

3 abril, 2003 02:00

Eugenio Fuentes. Foto: Carlos Guardiola

Tusquets. Barcelona, 2003. 272 páginas, 18 euros

A los detectives novelescos dados a conocer en los últimos lustros por unos cuantos narradores aparecidos tras la estela de autores como Vázquez Montalbán y Juan Madrid -pienso en Alicia Giménez Bartlett y en Lorenzo Silva, sobre todo-, hay que unir el nombre de Ricardo Cupido, creado por el escritor cacereño Eugenio Fuentes (Montehermoso, 1959), con varias salidas ya en su haber y afianzado en una modalidad novelesca cuyos resortes utiliza con destreza.

Las manos del pianista presenta la investigación de un par de crímenes, pero esto es secundario. Lo esencial de la historia no es, como en la novela de misterio clásica, ofrecerle al lector las pistas e indicios que le permitan averiguar quién fue el criminal, sumándose de este modo a los investigadores del relato. Lo que importa sobre todo es el esbozo de unos cuantos personajes y de un ambiente; en este caso, el de una empresa constructora de viviendas. El enigma no resulta demasiado oscuro ni la identidad del asesino constituye una sorpresa. Lo que queda en la mente del lector son algunos tipos: los socios de la empresa -la ambiciosa Miranda, el ludópata Muriel-, el ex albañil Tineo -acaso el personaje mejor perfilado de todos, a pesar de su carácter secundario-, el pianista a que se refiere el título, obligado a utilizar sus manos en menesteres menos nobles que el manejo del teclado, y el propio detective Cupido, más notable por su honda preocupación filial que por su perspicacia investigadora. El entramado de operaciones de discutible limpieza que rodea con frecuencia el negocio de la construcción es objeto de una mirada severa, aunque menos crítica de lo que cabía esperar, a pesar de ciertas alusiones certeras a los pagos con dinero negro y otras prácticas frecuentes. Pero estamos ya acostumbrados a que nuestros novelistas eludan una y otra vez, sin apenas rozarlos, los grandes problemas de la sociedad, tal vez por temor a ser tildados de "realistas" de radio corto, de anticuados, costumbristas o garbanceros.

A falta de ese ahondamiento en problemas colectivos, Fuentes pone especial cuidado en hacer patentes otros aspectos del ser humano, encarnados en los diversos personajes. La ambición caracteriza a algunos poderosos, como Miranda, pero también a seres menos favorecidos, como Tineo o Velasco. El desamor y la soledad afectan de manera diferente a Muriel, al pianista que narra sus acciones en primera persona, incluso al detective Cupido. La inocencia finalmente maltratada tiene su representación en el desdichado Santos, cuya protección por parte de Martín Ordiales redime a éste de otras debilidades. Más desdibujado aparece Pavón -simple resorte para despertar sospechas-, y también Alicia y su historia amorosa. En conjunto, sin embargo, el friso de personajes es de trazado nítido y las acciones aparecen concatenadas con habilidad, incluso en la función de hilván de varios de ellos encomendada al sujeto conductor que es el pianista. De este modo, el detective Ricardo Cupido queda en penumbra, como un contemplador lejano, como si se quisiera subrayar que, en efecto, la faceta de relato de misterio con que se presenta la novela es, como sucede a menudo en algunos autores -Simenon es un ejemplo magno-, algo adjetivo, un simple fondo bosquejado para inscribir en él algunas vidas.

El lenguaje es, en general, correcto, sin grandes alardes de escritura y con pocos y leves deslices: "capaces de aprovecharse por igual de las ventajas del feminismo como de..." (pág. 24); "en nada veía maldad, en nadie pensaba mal..." (pág. 52). Poco recomendable parece hablar de "la intencionalidad del homicidio" (pág. 182) o de "los dígitos del número de teléfono" (pág. 248), y menos aún llamar "capítulos" a los cantos de La divina comedia de Dante (pág. 224).