Image: Los agachados

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Novela

Los agachados

Jorge Márquez

17 abril, 2003 02:00

Jorge Márquez. Foto: M.R.

Algaida. Sevilla, 2003. 245 páginas, 17 euros

En 1997, El claro de los trece perros, primera novela larga de Jorge Márquez (Sevilla, 1958) fue un descubrimiento no sólo por el uso de originales recursos gráficos, sino por la fuerza del relato y por su visión descoyuntada y esperpéntica, con mezcla de ferocidad y humor, de la historia narrada.

Los agachados demuestra que aquella obra no quedó en ademán aislado, y que Márquez posee talento para contar y un estilo propio e inconfundible. Ha podado con decisión cierta tendencia a la prolijidad que se advertía en la primera novela, y el relato es ahora más directo y eficaz, aunque sin perder las virtudes que singularizan al autor. También aquí todo arranca de un crimen brutal, que conocemos casi desde el principio, pero no existe ningún investigador que indague lo sucedido, sino que todo se encomienda a dos narradores: el relamido Fantasio Patrañas y el más rotundo Hilario Carnicol, diferenciados en el texto por los caracteres tipográficos, pero, sobre todo, porque ofrecen puntos de vista no coincidentes, mezclan sus relatos e incluso se tachan o corrigen mutuamente sus manuscritos. El resultado es que el lector no acabará de saber con certeza, por ejemplo, si la mexicana Capulina Diéguez se comportó de un modo u otro antes de su muerte, aunque algunas verdades terribles, como la identidad del padre del brutal Sétimo Salazar, sí queden claras y produzcan sorpresa.

Con ingredientes reconocibles, deliberadamente extraídos de la tradición folletinesca y la literatura lacrimosa, que incluyen una madre soltera rechazada, amores ocultos, crímenes y suicidios, Los agachados es una muestra acabada de "grand guignol". La violencia de algunos hechos o la ferocidad primitiva de tipos como Sétimo, así como los tres monólogos formados por los "plantos" o lamentaciones que, al modo clásico, cierran las acciones, coexisten con pasajes cercanos al esperpento, como la frustrada rebelión estudiantil del 23 de febrero, las tentativas de seducción emprendidas por Enodio y las escenas en el lupanar de Martirio, y también con numerosos detalles abiertamente humorísticos que alcanzan a los pintorescos antropónimos, la mayoría de ellos irónicamente intencionados (Landoaldo, Enodio, Suceso,Séviro, Flogisto, Cerauno, Fluctuoso...), y a ciertos nombres de lugares: Instituto de Enseñanza Secundaria San Osmundo, calle de la Nostalgia, calle de los Mártires de la Seguridad Social ... La colectividad esbozada en Los agachados es, como ya sucedía en la novela anterior, un microcosmos variadísimo, con un retablo de personajes que a menudo muestran una cara y ocultan otra, pero donde también existen las "pobres gentes" dignas de compasión, como Caridad, Vicenta o la joven Grímpola, todas ellas tan faltas de cariño como sobradas de generosidad y buen corazón. Márquez se mantiene con buen pulso en ese difícil equilibrio entre el humor y la tragedia, entre el escarnio y la compasión, y ha logrado crear, con bromas y veras, algunos tipos memorables, sobre todos los cuales destaca la figura de Capulina, con su triste historia a cuestas y su final desdichado, beneficiada, además, por un espléndido tratamiento verbal, que introduce con propiedad en sus parlamentos el registro coloquial mexicano. Pero el mismo cuidado idiomático ha puesto el autor en diferenciar a otros personajes como Sétimo, Seropio o el inspector de poícía, y, naturalmente, en perfilar adecuadamente los estilos distintos de los dos narradores. Sin duda esta atención al lenguaje hablado proviene de la notable trayectoria como autor teatral que ostenta Jorge Márquez, pero, sea como fuere, dota a la novela de un nervio y una brillantez narrativa poco habituales.

He aquí, pues, una novela absolutamente recomendable y un escritor al que convendrá prestar la debida atención.