Image: La espera

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Novela

La espera

José María Plaza

22 mayo, 2003 02:00

José María Plaza. Foto: P. Armestre

Premio L. Berenguer, 2003. Algaida. Sevilla, 2003. 307 págs, 17’35 euros

El burgalés José María Plaza es autor de una amplia obra literaria en narrativa y poesía, ensayo y periodismo, además de haber escrito biografías y cuatro antologías de la literatura española dedicadas a los cuatro géneros tradicionales.

Con su última novela, La espera, anuncia una nueva etapa en su producción narrativa. Se trata de una novela de amor centrada, casi de forma exclusiva, en los dos agentes de un proceso amoroso que se desarrolla con minuciosidad y detalle hasta su acabamiento final, sin caer en el psicologismo que podría alejar el relato de la realidad externa de los amantes. El autor consigue mantener el equilibrio entre la introspección psicológica, bien dosificada, en la narradora y protagonista, que focaliza toda la narración, y el diario vivir con sus variaciones cambiantes de acuerdo con la evolución de los sentimientos. Por eso es una novela que se lee sin dificultades y que podrá interesar a un público mayoritario.

La historia de este proceso amoroso está narrada en primera persona por su protagonista. Ella es una joven de veintiséis años que ha vivido una pasión amorosa en los dos años anteriores. Cuando terminó sus estudios en la Universidad entró a trabajar en una agencia de publicidad. Allí se enamoró de un ejecutivo casado y con dos hijos. La historia transcurre en Madrid, con furtivas escapadas a la sierra y algunos viajes a ciudades como Venecia y Lisboa. El proceso amoroso entre la joven recién licenciada y el ejecutivo ya maduro se desarrolla en dos tiempos con sus momentos climáticos y anticlimáticos, según la evolución de la pasión compartida. Los mismos títulos de cada una de las ocho partes en que se divide la novela señalan el momento en que se halla la relación entre los amantes, desde la ilusión y los besos del comienzo hasta la soledad y desfiguraciones del final, con la octava parte sin epígrafe específico, pasando por la impresión de fugacidad, el frenesí de las experiencias culminantes y las interferencias que llevan de la primera etapa a una segunda oportunidad en la misma relación.

Estamos, pues, ante una novela de amor intenso y efímero planteada en sus elementos mínimos. Se presta muy poca atención a lo que no afecte a la pasión vivida por la narradora y protagonista y su amante, nominalmente reducido a su inicial M. Hay algunas referencias a la vida universitaria de madrileña en los 80 en que se localiza la novela, a los compañeros de la narradora en la agencia donde trabaja y a una amiga suya que vive en Barcelona. Pero todas estas referencias, muy pasajeras, están en función de las variaciones de su actual experiencia amorosa con M., bien por necesidad de hablar con alguien, bien por simple estrategia.

Así, todo está narrado en función de la experiencia vivida, desde la memoria de la narradora y protagonista en su recreación evocadora de aquellos dos años en que su existencia, estafada, consistió en una continua espera entre dos citas. En consonancia con lo anterior, el texto se adelgaza en capítulos muy breves, la mayoría de una sola página y bastantes con sólo unas pocas líneas. Brevedad e intensidad contribuyen a dar agilidad y fluidez a una narración directa, con frecuentes elipsis y silencios, con sugerencias de matices en la cuidadosa graduación del sentimiento amoroso en momentos de alegría, miedos e incertidumbres. A ello contribuye también el estilo con su desnuda sencillez, no reñida con el aliento poético de algunas imágenes y evocaciones. El mismo lenguaje marca significativos cambios en los pasos del proceso novelado con sus presencias y ausencias de amor, deseo, sexo, miedo, amargura y soledad. Por eso se pasa de hablar de hacer el amor, o sólo aludir a ello con delicadeza, a follar y echar un polvo como expresiones más directas y descarnadas pero menos sentidas.