Image: Volver al mundo

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Novela

Volver al mundo

J. A. González Sáinz

11 septiembre, 2003 02:00

J. A. González Sáinz. Foto: Antonio Moreno

Anagrama. Barcelona, 2003. 640 páginas. 24’50 euros

En casos como éste conviene no desaprovechar el espacio -de la página- ni el tiempo del lector con circunloquios y rodeos: he aquí una novela importante, ambiciosa, de cuidadísima construcción, que aspira a ser una representación artística de nuestro mundo.

No un calco de estirpe costumbrista, ni un reportaje superficial disfrazado de novela, sino una creación narrativa acerca de la dramática situación del ser humano en una sociedad en la que, como ya anunció Nietzsche, se han desmoronado los viejos valores que la habían sostenido.

Los jóvenes cuya historia se narra en Volver al mundo, que a comienzos de los años setenta trataron ilusoriamente de formar "una cuña libertaria en una de las dos organizaciones armadas del norte que se disputaban el protagonismo aquellos años" (pág. 316) tratan de llenar el vacío que en su conciencia y en su vida ha dejado el fracaso de los antiguos ideales: la libertad, el amor, la familia, la cultura, la amistad, las creencias. En último término, el abandono de la utopía libertaria, en parte alimentada por la manipulación envilecedora del lenguaje (págs. 123-124, 569), deja a los personajes en el más absoluto desvalimiento, condenados irremisiblemente a recordar, a intentar la vuelta atrás, la búsqueda de unos orígenes, la recomposición imposible de un mundo destruido, aquí simbolizado por los adustos y hermosos parajes sorianos, que nunca -con la excepción ilustre de Antonio Machado- habían recibido un tratamiento literario de tan hondo simbolismo como en esta obra. Léanse, entre muchas posibles, las páginas dedicadas a los olmos (478 s.), las numerosas descripciones del monte agreste o la caracterización de los atardeceres (págs. 631 s.) como "réplica de los permanentes, largos y ubicuos atardeceres de los hombres", y se advertirá cómo el paisaje no es aquí, como en la novelística más trivial, simple marco físico de las acciones, sino, de acuerdo con el postulado de Amiel que puso en práctica Baroja, transferencia y proyección de estados de ánimo, símbolo de una visión interior del mundo.

A este lugar vuelve una y otra vez Miguel, y en él han acabado por recluirse los antiguos amigos, ejemplos de vidas amputadas y significativamente reducidas a la inacción: Blanca, inmovilizada en una silla de ruedas; Gregorio, convertido en omi- noso hombre salvaje, voluntariamente segregado de la sociedad por un falso sentido de culpa; Julio, apesadumbrado por la conciencia de una juventud desperdiciada. Por encima de ellos, como inductor y manipulador, destaca la figura de Ruiz de Pablo, el brillante intelectual y poeta -que, por su función en el grupo libertario, responde más bien a modelos italianos-, algunas de cuyas oscuras motivaciones sólo se descubrirán al final. Porque Volver al mundo es una novela planteada como indagación. Como en el conocido modelo narrativo que va desde Rebeca hasta Citizen Kane, el personaje central -en este caso Miguel- no aparece sino por referencias. Es su enigmática muerte lo que desencadena las investigaciones posteriores y, sobre todo, provoca el viaje de Bertha desde Viena y sus largas entrevistas con quienes mejor conocieron a Miguel, cuya imagen va cobrando cuerpo merced a los diversos testimonios que introducen en la novela cierto componente coral y entre los que conviene subrayar la presencia del ciego Julián, dotado de una percepción casi sobrenatural que le confiere dimensiones míticas.

En las largas conversaciones de Bertha con Anastasio y Julio, sobre todo, van revelándose progresivamente las informaciones de la historia. La narración se desvía a menudo, como una corriente de agua caprichosa y llena de meandros ("pero me estoy desviando, me estoy desviando otra vez", pág. 240), con una técnica compositiva de largos períodos que podría calificarse de benetiana y que alguna vez resulta excesivamente compleja -véase, por ejemplo, el interminable enunciado que cubre media página 214- o incurre en la construcción chirriante ("que esto que es todo está ya de algún modo también bien", pág. 118), pero cuya eficacia para apoyar la tensión narrativa es indudable. La prosa, que posee la misma plasticidad para la visión poética y para la reflexión intelectual, ofrece pequeños lunares sin demasiada importancia en una obra de esta envergadura pero que convendría revisar: uso de práctico y prácticamente por "casi" (págs. 92, 94, 98, 99, 102, 180, etc.), del falso singular efectivo por "combatiente, soldado" (pág. 311) o del enojoso "punto y final" (págs. 469, 553) con que hoy nos hieren desde todos los medios de comunicación. Pero lo esencial es el gigantesco esfuerzo de González Sáinz por trazar con su novela el retrato moral de una época; eso que muchos escritores del siglo pasado nos dejaron con obras tan distintas como El árbol de la ciencia, La montaña mágica o El proceso, pero que parece un menester olvidado o desdeñado por los novelistas de nuestros días.