Image: Armonía celestial

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Novela

Armonía celestial

Péter Esterházy

18 septiembre, 2003 02:00

Péter Esterházy. Foto: Javi Martínez

Trad. Judith Xantus. Galaxia Gutenberg/Círculo. Barcelona, 2003. 831 páginas, 27’50 euros

Durante los años de dictadura comunista, las letras húngaras estuvieron sometidas al canon realista, que impuso una concepción de la novela opuesta a las innovaciones formales.

Péter Esterházy (Budapest, 1950) pertenece a una generación posterior, que asimiló el magisterio de autores como Broch, Düblin o Cortázar para transformar el espacio narrativo en un caleidoscopio capaz de reflejar los cambios y peculiaridades de la sociedad centroeuropea. Descendiente de una de las familias más influyentes de la aristocracia húngara, Esterházy ha transitado por diferentes géneros (novela, teatro, poesía, ensayo), elaborando una obra compleja y nada complaciente. Su interés por la historia excluye la simple recreación de los acontecimientos. En La mirada de la condesa Hahn-Hahn (1991), un viaje por el curso del Danubio permitía explorar el alma de una cultura que oscila entre el refinamiento y la barbarie. Harmonia caelestis (nombre genérico de 55 cantatas que constituyen el primer documento de la música barroca húngara) reconstruye 150 años de la familia Estérhazy, mostrando la decadencia de un apellido cuyas vicisitudes se confunden con las de un país que pasará del esplendor imperial a la dominación totalitaria.

Al igual que en Una mujer (1995), Esterházy recurre a una manera narrativa que prescinde del orden cronológico y de los personajes definidos. Dividida en dos partes, Armonía celestial está compuesta de 371 fragmentos que evocan un pasado identificado con la figura del padre -todos los ancestros merecen esa consideración- y de 201 capítulos que recrean el declive de la familia bajo el gobierno comunista. La numeración no es casual, sino que responde a la formación matemática del autor, que atribuye a los números la capacidad de infundir orden en medio de una inmanejable profusión de datos. El recurso a un padre atemporal y ubicuo permite trascender lo anecdótico para internarse en ese espacio metafórico donde confluyen la experiencia individual y colectiva. Esterházy relata la historia de su familia, pero el protagonismo no descansa tan sólo en la trama de padres e hijos, sino en el devenir de una nación que siempre ha mantenido una existencia subsidiaria. Bajo influencia austriaca o soviética, Hungría apenas ha conseguido descubrir su propia identidad. Esterházy descarta cualquier propósito mitificador. Cuando sus antepasados ofrecen un empleo a Haydn en su palacio de Elsenstadt, le asimilan a los criados, obligándole a comer en una salita aparte. Sólo le permitirán sentarse a su mesa cuando unos admiradores ingleses manifiestan su deseo de conocerle. El régimen comunista transformará esta arrogancia en un agravio permanente. Descender de un linaje de explotadores no es un motivo de orgullo en el paraíso socialista. Esterházy, que se incluye como un miembro más de la saga, parodia el género de las memorias, desordenando los hechos y mezclando las identidades. Su estilo humorístico excluye la reflexión moralista, convirtiendo la lectura en una experiencia regocijante. Al igual que la saga de los Trotta o los Buddenbrook, los Esterházy se confunden con la historia de esa Mitteleuropa que ha abastecido de alimentos espirituales a un continente saturado de belleza y drama.