Estúpidos hombres blancos
Michael Moore
23 octubre, 2003 02:00Michael Moore. Foto: New York Times
Explica Michael Moore en la introducción los avatares y desventuras que sufrió para ver publicado este libro por una fatal coincidencia de fechas: se iba a poner originalmente a la venta el mismo día del atentado de las Torres Gemelas.No resultó aconsejable distribuir los 50.000 ejemplares ya impresos. Después llegaron a solicitarle que rehiciese su contenido y amenazaron con destruirlo. Fue la presión popular lo que propició que lo tengamos en nuestras manos. Quienes hayan leído The Big One (1997) ya conocen el talante de Moore, un autor que pone en entredicho lo que conocemos como "poderes fácticos". En aquel caso centraba sus ataques contra las grandes empresas multinacionales denunciando, por ejemplo, la explotación de niños asiáticos que realizaba la todopoderosa Nike.
En Estúpidos hombres blancos es la administración Bush la diana principal de sus dardos. Así por ejemplo recrimina al presidente americano que "En lugar de ganarte la presidencia, te la regalaron. Así es como has conseguido todo en la vida. Dinero y apellido te han abierto todas las puertas". La sátira se convierte en la piedra angular del análisis social que efectúa Moore. Desde las vacas locas al ozono, pasando por Elian u O. J. Simpson, nada escapa al bisturí de su pluma. Es en "A matar blancos" donde su ironía alcanza momentos sublimes. Al denunciar el sistema esclavista que "siguen padeciendo" aconseja a los negros en los siguientes términos: "Si desea evitar convertirse en una diana fácil para las identificaciones raciales de la policía, coloque una muñeca blanca hinchable de tamaño natural en el asiento de atrás. Los polis pensarán que es usted el chófer y le dejarán en paz". Idéntica perspectiva se observa en el tratamiento de las relaciones hombre-mujer. No todos los ensayos tienen el mismo interés. "Lo que la bolsa se embolsa" o "País de burros" resultan excesivamente superficiales, tal vez demagógicos. Hubiera sido deseable mayor rigor histórico al tratar el tema del enfrentamiento judío-palestino o el problema de Irlanda del Norte y no resulta convincente su excusa de no perder el tiempo "con un refrito de ochocientos años de historia.". Incluso peca de excesiva frivolidad al tratar el grave problema Irlandés, reduciendo a postulados intrascendentes -el beneficio de los católicos que pueden beber vino en las celebraciones religiosas- un tema de mucha mayor enjundia.
Los méritos del libro superan con creces sus debilidades. Moore, ignorando su vocación "apostólica", proporciona material más que suficiente para hacernos reflexionar sobre buena parte de los temas que preocupan actualmente a la civilización y especialmente a los norteamericanos, no dudando en entonar un sincero "mea culpa" al admitir su propia responsabilidad en el conflicto palestino-israelí financiado en buena con los impuestos de los ciudadanos estadounidenses. Resultan especialmente lúcidas las "recomendaciones" que ofrece a Arafat, quien pudiera obtener mejores resultados siguiendo la pacifista línea gandhiana en vez de la "intifada", pues "los humanos tenemos la desgracia de que, una vez maltratados, tendemos a maltratar.