Image: Palacios de invierno

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Novela

Palacios de invierno

Gabriel Albiac

30 octubre, 2003 01:00

Gabriel Albiac. Foto: M.R:

Seix Barral. Barcelona, 2003. 173 páginas, 15 euros

La primera incursión, hace un decenio, del filósofo Gabriel Albiac en la novela, Ahora Rachel ha muerto, merecía una positiva acogida porque el autor solventaba bien el difícil equilibrio que requiere el compaginar acción y pensamiento.

Aquel enfoque hacía pensar que Albiac tomaría este medio, la ficción, para tratar de los asuntos éticos y políticos que le suelen ocupar como articulista. Sólo ha sido así en parte. Sólo ha publicado otras dos novelas, últimas voluntades, que no conozco, en 1998, y Palacios de invierno. Y esta última supone un cambio de enfoque espectacular respecto de la primera. Me da la impresión de que el autor necesita la escritura novelesca para explicarse, pero que no tiene muy definido un modelo que le sirva para sus preocupaciones. De aquí deriva el resultado para mí no satisfactorio de Palacios de invierno. Todo en la obra merece el respeto debido a un trabajo serio, fundado y crea-tivo. Sin embargo, no termina de cuajar en una revelación eficaz del mundo de corte novelesco.

El argumento presenta las actitudes y posterior deriva de unos jóvenes izquierdistas de los años 60 mediante un par de tramas distintas que confluyen en las páginas finales. Arranca con un conflicto situado en el presente, un suicidio, y avanza, a través de algunos elementos de suspense, con una especie de búsqueda del tiempo perdido asumida por el reencuentro de los protagonistas del ayer. Tiene la novela actitudes nada complacientes con el sarampión gochista de la juventud de los amenes franquistas. Y una valoración muy crítica del presente, marcado por un conformismo mediocre o por el sentimiento de derrota, por la desilusión y el fracaso. La anécdota desemboca en un pesimismo completo, y ni siquiera se ofrece el consuelo de la autocomplacencia en el tiempo, treinta años atrás, en que las ansias de cambio hacían que algunos burgueses cargaran "con el destino de la clase obrera y el sentido de la historia a cuestas".

Engaños personales y fracaso colectivo llevan estos Palacios de invierno a una postura nihilista tras una dura crítica de la izquierda, más lúcida y amarga por hacerse desde dentro de las mismas creencias que se censuran. Así, la novela hace una recapitulación generacional emblemática y viene a dar cuenta del rampante pragmatismo a que hemos llegado a comienzos del milenio, olvidados los ideales de mayo del 68.

Albiac construye su fábula moral y política con una disposición formal muy exigente, cercana al relato lírico y simbólico. La anécdota que la sostiene se muestra entre saltos y elusiones, que obligan a un ejercicio de atención un poco duro. El estilo busca la intensidad expresiva de la frase mediante abundantes oraciones nominales, fórmulas sintácticas sincopadas y líneas sueltas. Estos exigentes recursos resultan en exceso artificiosos y no facilitan que la peripecia encarne en unos personajes. Huye el autor la narración fácil y para el consumo, pero sus intenciones resultan superiores a la materialización efectiva de una seria e importante problemática en una historia imaginaria.