Image: Auto de los condenados

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Novela

Auto de los condenados

António Lobo Antunes

6 noviembre, 2003 01:00

António Lobo Antunes. Foto: M.R.

Traducción de Mario Merlino. Siruela. Madrid, 2003. 277 páginas, 23’50 euros

Leyendo esta novela me ha sobrevenido el recuerdo de otra de Luis Romero: El cacique (1963). Ambientada en tierra de olivares a cincuenta leguas de Portugal, narra, en clave esperpéntica, el dominio ejercido por un hombre sobre una vasta comunidad rural, varios de cuyos integrantes recuerdan su vida y sevicias mientras él está de cuerpo presente.

Aquí, en el Auto de los condenados, el despótico terrateniente Diogo agoniza y muere en tres jornadas de septiembre de 1975 en su predio de Monzaraz, no lejos de évora, mientras en el pueblo cercano de Reguengos tienen lugar las fiestas, y el campo está agitado por los revolucionarios del 25 de abril. La narración es también pluriperspectivística, y en ella lleva su parte de visión y voz el propio antihéroe protagonista, pero junto a él figura un cumplido elenco de su odiosa familia, esos condenados que representan la otra cara -la opresora- de los "santos inocentes" que por aquellos mismos años, 1981, Delibes también presentaba como víctimas de los señoritos, justo al otro lado de esa misma frontera entre Alentejo y Extremadura por la que acabarán huyendo los herederos de Diogo camino del Brasil.

Reducción del tiempo, multiplicidad de perspectivas, temática y tonalidad no muy originales, y en todo caso muy condicionadas por el período postrevolucionario portugués y la crítica a la burguesía brutal e insolidaria. En mayo de 1986 el Diario Popular apuntaba que con este Auto dos Danados Lobo Antunes seguía por la senda de "dañar" a la alta burguesía que le compraba sus libros, y que esa era la razón de su combate.

En la descripción de la familia en cuestión no se escatima la sal gruesa. La sexualidad sin freno de los varones implica también un tema aquí reiterado, el incesto, y en general, junto a la codicia por unas riquezas que ya no podrán heredarse por la bancarrota total en que Diogo ha llevado al patrimonio familiar, predomina el odio como el sentimiento común que relaciona a todos los miem-
bros, en especial a los más directamente vinculados entre sí: Diogo y su esposa Adelina, su hija Leonor y su marido, virtuoso del estupro, los padres de Nuno, éste y Ana... Auto de los condenados nos hace testigos de cómo puede "subir la vertiginosa temperatura del odio" (pág. 175), y de la falta que hace "para que nos sintamos saludables" (pág. 258), como sentencia uno de los personajes. El único que se salva de esta generalización es Francisco, uno de los últimos vástagos de la dinastía, aún niño cuando su abuelo muere, al que encontramos en el momento del relato, siete años después, convertido en un outsider drogadicto, músico y ocasional artista, pero feliz por el amor de una actriz fracasada con la que vive en el Bairro Alto lisboeta.

Precisamente una de las inconsistencias de la abigarrada estructura que Lobo Antunes le ha dado a su novela es la dimensión de escritura de tan tremebunda historia. Nuno alude, muy al principio del texto, al "tiempo de este libro", a "la época de los acontecimientos de este libro", y el propio Francisco se refiere a "la parte de este relato que me mandaron contar" (pág. 173), pero no está justificada la fenomenicidad del texto en sí y aquellas referencias sólo cabe remitirlas a la encomienda de una especie de autor demiurgo. Ni la originalidad temática ni su planteamiento compositivo hacen de Auto de los condenados una obra lograda. Lo que la salva es el estilo de Lobo Antunes, lleno de vigor y de aciertos expresivos, deslumbradores, en el que cada significante asume y enhebra varios significados, como los grandes barrocos supieron hacer como nadie.