Image: Las amigas imperfectas

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Novela

Las amigas imperfectas

Luis del Val

20 noviembre, 2003 01:00

Luis del Val. Foto: Kike Para

Premio Ateneo de Sevilla. Algaida. Sevilla, 2003. 359 páginas, 15’95 euros

La imagen literaria que muchos lectores tienen del periodista Luis del Val (Zaragoza, 1944) es la del autor de cuentos cortos, de relatos a menudo brevísimos con desenlaces inesperados y sorprendentes, como los que ofrece el volumen Cuentos del mediodía, que ha alcanzado en los últimos años un notable éxito editorial, insólito en esta modalidad narrativa.

Las amigas imperfectas es, sin embargo, una novela larga -la cuarta del autor, si no yerro- que encierra una historia de muchos años: la de dos amigas, Clara y Julia, desde su adolescencia hasta el final de su vida. La novela se articula sobre el esquema del "manuscrito encontrado" -que aquí, como indicio de modernidad, es un disquete-, y el narrador-transcriptor trata de predisponer al lector en el capítulo introductorio con la artimaña de anticiparle su reacción al conocer el contenido de la obra: "Lo leí. Y me quedé aturdido. Impresionado. Sorprendido" (pág. 15). Peligroso recurso, sobre todo si después el relato no responde a las expectativas creadas. Y no menos peligrosas son las equívocas advertencias sobre la manipulación del supuesto original: "He corregido algunos problemas sintácticos y he procurado evitar cacofonías, reiteración de palabras o una cierta tendencia de la autora a encadenar sinónimos. También he puntuado los diálogos [...] y he suprimido unas cuantas páginas en las que la narradora vaga en especulaciones personales que no añaden nada y que carecen de valor" (pág. 16). Esto no evita que en el relato de Clara haya "especulaciones personales" numerosas e innecesarias -porque la novela adolece de cierta sobreabundancia, de cierta tendencia a explicarlo todo, sea o no esencial, con minuciosidad, sin dejar margen a la imaginación del lector-, para no hablar de cuestiones sintácticas, como las concordancias: "se desvaneció él y su familia" (pág. 79), "eso le ponía nerviosa" pág. 208), "esas personas a las que los telegramas le parecen algo innecesario y les produce una cierta inquietud" (pág. 206); hay un uso francés de bizarro ("vocablos que se me antojan demasiado bizarros", pág. 178), expresiones tan desaconsejables como inertes ("no vives el día a día", pág. 76; "tomar unas notas de cara a mi ingreso en la Universidad", pág. 98) e incluso uno de esos errores idiomáticos que en un escritor merecen la máxima pena: "Hasta que no me reducí los pechos me sentía incómoda" (pág. 238).

Por lo demás, la historia que cuenta Clara, concebida y desarrollada según los cánones del más compacto relato tradicional, se desarrolla con un ritmo correcto, e incluye, junto al relato de la amistad entre Clara y Julia, viejas historias familiares salpicadas de algunos misterios cuya explicación, sin embargo, resulta previsible: el papel de la tía Dori en la familia, el origen de Antonio -que, incomprensiblemente, todo el mundo conoce menos su hermana Clara-, el embarazo de Julia, la carta que Clara envía a Louis sin obtener respuesta... Los ingredientes de la historia, alojados en una ciudad llamada Etnacila -transparente anagrama de Alicante- y apenas entrevista, podrían haber dado lugar al consabido relato de una prolongada decadencia familiar, salpicado de toques truculentos y sentimentales. El autor salva el escollo utilizando un lenguaje narrativo sin estridencias, casi neutro, y procurando con acierto no abultar aquellos elementos más sensibles a la desmesura. El problema es que lo que cuenta no tiene demasiado interés por sí mismo, y que para lograrlo habría sido necesario un ahondamiento en los estratos psicológicos de ciertos personajes que aquí se echa de menos. Clara y Julia tienen muy poca profundidad, y el tratamiento de casi todos los otros personajes los deja reducidos a poco más que puras siluetas. La cristalización de una historia como la que se narra en Las amigas imperfectas exigía, para llegar a buen puerto, una novela psicológica de considerable hondura, y no un inventario detallado, por parte de la narradora, de sus poco complejos pensamientos y de sus análisis superficiales de las conductas ajenas. Así, hay pasajes innecesariamente alargados -como el capítulo introductorio y, más aún, el de cierre, repleto de consideraciones no pertinentes sobre la propia historia- e informaciones irrelevantes, que dan como resultado un desarrollo por la superficie del relato y no hacia el fondo.