Novela

Un juego de niños

Donna Tartt

19 febrero, 2004 01:00

Trad. G. Rovira. Areté. 685 págs, 26 euros

Donna Tartt (Greenwood, Mississippi, 1963) sorprendió en 1992 en los Estados Unidos con La historia secreta, una primera novela que algunos calificaron de clásico. Diez años después, la autora vuelve a la carga con The little friend, que en España se ha presentado bajo el título Una historia de niños. Como hiciera Harper Lee en Matar a un ruiseñor, Tartt construye otra novela centrada en una pareja de críos.

Vaya por delante que se trata de una obra de fácil lectura, con unos personajes bien dibujados y que muestra una cierta sensibilidad para algunos matices del mundo infantil. No obstante, contiene unos fallos de estructura tan graves que la arruinan como construcción novelesca. El argumento es el siguiente: en el jardín de una casa del Sur, a orillas del Mississippi, aparece el cadáver de un niño llamado Robin. No hay pistas ni indicios, tan solo conjeturas. La policía abandona el caso y la familia se sume en el dolor: la madre se encierra para siempre en su casa, el padre huye a una ciudad cercana y las dos hermanas pequeñas, apenas unos bebés el día de autos, se esfuerzan por sobrevivir apoyadas por su abuela, sus tías y una sirvienta. De entre las niñas, Hariet, la más pequeña, partiendo de una pista falsa, orienta su vida al crecer con el único fin de descubrir al culpable y vengar a su hermano.Tiene un sospechoso, Danny Ratliff, compañero de colegio de Robin que después ha seguido una mala vida en medio de una familia de fanáticos y delincuentes. Desde el comienzo conocemos lo esencial: un niño ha muerto y se planea su venganza.

Las setencientas páginas de la novela deberían ser el relato de una inquisición sobre el pasado que revelara algún aspecto de la verdad sobre lo ocurrido. Pero no es así. La autora prefiere contarnos lo que hacen tanto Hariet y Hely como Danny y sus hermanos, aunque lo que hacen no tenga nada que ver con aquel hecho criminal; son meras peripecias perfectamente marginales a la historia. Por fin, un conjunto de casualidades inverosímiles hacen que los distintos factores se junten en un desenlace que al lector ha dejado de interesarle porque no está destinado a revelar nada sino tan solo a proclamar, como una moraleja, la inutilidad de toda venganza.