Image: El cielo de los leones

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Novela

El cielo de los leones

Ángeles Mastretta.

8 abril, 2004 02:00

Ángeles Mastretta. Foto: Matías Costa

Seix Barral. Barcelona, 2004. 192 páginas, 15 euros

La novela de mayor impacto de la mexicana ángeles Mastretta (Puebla, 1949) fue su ópera prima, Arráncame la vida (1992), pese a que con Mal de amores (1995) alcanzó el premio Rómulo Gallegos, concedido por primera vez a una mujer.

Su nuevo libro no es una novela, sino un revoltijo de textos de diverso orden, lo que en los siglos XVIII y XIX se calificaba como "cajón de sastre", aunque dominen los de carácter autobiográfico: historias familiares o amistades de las que la autora acostumbra a extraer una moraleja. El libro puede entenderse como una introducción a su personalidad, fruto de experiencias tan diversas como los paisajes, la familia, el amor, la infancia, la política, sus antepasados, el fútbol, su epilepsia, su admiración por Edith Wharton, por Cortázar y, en particular, por el poeta Jaime Sabines, por su ciudad natal, Puebla, o por Nueva York, su compañero, sus hijos. Los diversos temas provocan en el lector una suerte de desconcierto, porque no sabemos si nos encontramos ante la confesionalidad o el artículo periodístico inspirado en un tema abstracto, ya que Mastretta se graduó en esta disciplina.

Próxima a García Márquez, de quien se declara admiradora, siente como él un intenso amor por la figura de su abuelo. Aparecen también su abuela, su padre, del que nos ofrece un retrato memorable, su hermana o su madre. La autora vive en la ciudad de México, que ama, en la que ha sabido hallar sus recónditos paisajes urbanos, aunque nada sea comparable al elogio de Puebla, al pie de los volcanes.

El libro está forjado de historias. Mastretta confiesa en las últimas líneas del libro: "tendré siempre pasión por soltar el tiempo como quien juega con arena entre las manos". Pero lo que la define es "andar viva". Sus marinas son intensas, como las de Cozumel o el recuerdo de un añejo Acapulco de pescadores. Los regresos a la fuente de la memoria, de donde procede la mayoría de sus materiales, se agradecen. Relatan historias, ya sea el paso por el colegio, durante la infancia. Los tiempos se utilizan de forma caótica. En ocasiones parece inclinarse por el diario o, al menos, relata la vida cotidiana de la autora, en la que no falta su cita semanal al centro de belleza. No esconde sus intimidades, ni siquiera sus ataques epilépticos.

Hay ocasiones en que los capítulos se convierten en digresiones o escenas familiares donde domina el relato de costum-
bres: poseen un menor interés. Su experiencia española se describe con cierta superficialidad, como su paso por Venecia. En cambio, sus observaciones sobre México resultan más atractivas. Se reconoce como anticuada, cursi, perdedora del tiempo aunque su vitalismo llega a contagiar al lector. Esta amante de la vida, partidaria de la felicidad, de la naturaleza, no ha gozado de "buenos amores" aunque se muestre satisfecha con su presente. Su modelo es la Maga de Cortázar, convertida en narradora de historias. Es lo más próximo a una autobiografía con su feliz personaje interpuesto.