Image: La matarife en el invernadero

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Novela

La matarife en el invernadero

Fernando Arrabal

8 abril, 2004 02:00

Fernando Arrabal. Foto: J.M. Espinosa

Libros del innombrable. Zaragoza, 2004. 200 páginas, 12’50 euros

La amplitud de la obra de Arrabal, nacida de su incesante curiosidad por explorar territorios nuevos, lo ha convertido en un escritor proteico e inclasificable, donde el peso de la obra dramática comienza a nivelarse con el de otros géneros -poesía, novela, biografía, ensayo...- cada vez más cultivados por el autor, increíble y tenazmente clasificado ya en varios repertorios franceses como "écrivain français né à Melilla".

Además, Arrabal no da nunca un texto por definitivo, y a veces lo modifica o lo refunde en sucesivas ediciones. La matarife en el invernadero tiene su origen en la novela La piedra iluminada (1985), publicada luego como La tueuse du jardin d’hiver (1994) y sometida ahora a unos cuantos cambios. Hay, además, en la obra elementos ya presentes en algunos textos poéticos del escritor, como Humildes paraísos o Sueños de insectos, e incluso el desenlace recuerda el de La hija de King Kong. La historia de esta "matarife" que asesina, como una mantis, a sus ocasionales violadores, uniendo así muerte y sexo, interesa mucho menos por sí misma que por la riqueza imaginativa que rodea el relato, presentado, además, en tres líneas paralelas: la narración primaria del propio personaje femenino, la suma de conjeturas y deducciones que lleva a cabo para descubrir el misterio su extraño compañero Kenko -que en versiones anteriores aparecía como K., de modo que Arrabal ha hecho bien en prescindir de la inicial, que recordaba demasiado a Kafka- y los extractos de la investigación policial que encabezan cada capítulo y que también son una novedad en esta edición y enriquecen la versión actual de la obra, publicada en una editorial en cuyo catálogo figuran títulos de Lautréa- mont, Cirlot, Chicharro, Fernández Molina, Jarry, Agustín Espinosa o el propio Arrabal, lo que indica claramente el noble empeño de los editores por divulgar la literatura menos convencional y conformista, a sabiendas de su carácter forzosamente minoritario.

Los constantes y minuciosos paralelismos establecidos entre acciones humanas y animales, la visión entomológica de unos personajes cuya conducta no difiere esencialmente de la que ofrecen las especies zoológicas más elementales, la topografía simbólica que hace del mundo del personaje un Invernadero cerca del cual hay unas Montañas Vigorosas y un Castillo del Mérito, hace pensar, más que en la literatura fantástica, en la narración alegórica -como El Criticón, de Gracián, por citar un caso insigne- y siembra el relato de incertidumbres. En lugar de explicar la intención o el significado de cada acción, se despliegan una serie de posibilidades en forma de interrogaciones, a menudo en series prolongadas: "¿Qué laberinto de permutaciones espirituales producía la agresión? ¿Cuántos millones de billones de neuronas del cerebro humano engendraban el comportamiento competitivo? ¿La agresión sumergía las diferencias musculares, sensoriales, glandulares, espirituales entre los individuos? La mariposa mochuelo y el longicornio, al nacer, ¿se sentían perdidos en un dédalo de una complicación infinita? ¿Cómo se guiaban para aprender y para elegir? La eficacia y la rapidez ¿los conducían inexorablemente a la agresión atizando sus brasas y excitando sus ardores?" (pág. 90). La incomprensión del mundo que nos rodea alcanza al sentido último de cada suceso e invita a dejarse llevar por el instinto, como en la fiesta organizada en casa de Dalí -parodia humorística y atenuada de las orgías narradas por la literatura libertina, desde Sade hasta hoy- o en las mismas acciones del personaje femenino, del mutilado o de las hermanas que lo atienden. El despliegue imaginativo de Arrabal, las constantes incitaciones para leer el texto como una parábola alegórica de un mundo del que los personajes logran huir al final, hacen de La matarife en el invernadero una novela llena de registros diversos, atroz y humorística, tradicional y revulsiva, donde incluso el único despiste visible añade un matiz jocoso: después de haber señalado que el abuelo mutilado había perdido una pierna muchos años antes, en 1938 (págs. 14-15), se afirma que la menor de las hermanas "le lavaba los pies con una palangana de agua caliente" (pág. 63).