Image: Carta blanca

Image: Carta blanca

Novela

Carta blanca

Lorenzo Silva

22 abril, 2004 02:00

Lorenzo Silva. Foto: Mercedes Rodríguez

Premio Primavera. Espasa. Madrid, 2004. 346 páginas, 21 euros

La nueva novela de Lorenzo Silva es un relato "de personaje". Todo en ella se encuentra al servicio de la construcción artística de una vida, contemplada en tres momentos cruciales de su decurso, que corresponden a las tres partes marcadamente delimitadas que componen la novela.

El lector asiste en primer lugar a las actividades del jovencísimo Juan Faura como legionario del Tercio de Extranjeros en el Rif durante el otoño de 1921, todo lo cual recuerda en buena medida la excelente novela que Silva dedicó a las guerras de áfrica (El nombre de los nuestros, 2002); una elipsis traslada las acciones a la primavera de 1932 en la provincia de Valencia, adonde Juan Faura, por entonces funcionario de Aduanas, se ha trasladado durante unos días a causa del fallecimiento de su madre; la tercera parte sitúa a Juan Faura entre los milicianos que defienden Badajoz frente al avance de las tropas de Franco, en el verano de 1936.

Esta disposición constructiva, que recobra el empeño testimonial de algunas novelas de Sender y de Arturo Barea, crea correspondencias internas que ayudan a subrayar el sentido último de la obra, que no es otro que la historia de una derrota, de un fracaso existencial. Las acciones bélicas de la primera parte, rematadas por incontables muertes innecesarias que sólo sirven para retrasar la inexorable derrota final, encuentran su paralelo en las escenas postreras, cuando las mismas tropas del Tercio en que había luchado Faura se encargarán de abatir su resistencia en Badajoz y sentenciar el fracaso definitivo de su vida. Por otra parte, el bloque central de la novela, que narra sobre todo el reencuentro, después de muchos años, entre Juan y Blanca, no es tanto la reviviscencia de una historia sentimental como la evocación de otro fracaso, que determinó en buena medida el rumbo de Juan y que ahora vuelve a presentarse ante los ojos de ambos, que truncaron voluntariamente sus vidas, como una frustración irremediable. De este modo, Carta blanca se convierte en una historia de perdedores, porque todos los personajes que pueblan sus páginas, azotados con mayor o menor intensidad por ráfagas de violencia que sólo el ser humano es capaz de provocar, acaban, en efecto, condenados a perder algo esencial, sea el amor, la dignidad, las ilusiones juveniles o la misma vida. Juan Faura es desde el principio un ser psicológicamente amputado, pero algo parecido podría afirmarse, a pesar de mantenerse en un segundo plano, del sargento Bermejo -obsesionado exclusivamente por vengar a su hermano- y los demás compañeros del Tercio; y de Blanca, o de los milicianos que se resisten a abandonar la lucha tras los muros de Badajoz.

La amplitud del espacio temporal acotado y el deseo de no renunciar a la narración detallada de algunas escenas -en realidad, el relato se compone de tres largas secuencias con algunas brevísimas analepsis- obliga a utilizar elipsis que no siempre se cubren con las sugerencias adecuadas. Así, entendemos mejor el furor vengativo del sargento Bermejo tras la macabra descripción de los restos de su hermano que la frialdad y la sequedad sentimental de Faura, atribuida esencialmente a un fracaso amoroso juvenil que no parece, por lo que se cuenta, causa suficiente. Y faltan acaso algunos datos acerca del matrimonio de Faura que ayudarían a comprender mejor la compatibilidad entre su hundimiento moral y el tenaz mantenimiento de la propia dignidad.

Silva escribe con buen ritmo, con un estilo cada vez más personal, aunque debe refrenar cierta tendencia a la prolijidad. Una frase como "se deslizaron a través de las chumberas con cuidado, procurando que las espinas no les desgarrasen el uniforme" (pág. 86) sería suficiente sin tener que añadir, como hace el autor, "al pasar por los mínimos huecos que quedaban entre ellas". Alguna expresión inerte ("debía meditarse muy mucho", pág. 88) y algún uso erróneo ("a tenor de", pág. 167; "se entretuvo a gozar de la sensación", pág. 200) no merman la calidad general del conjunto.