Image: La voz cantante

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Novela

La voz cantante

Eloy Tizón

3 junio, 2004 02:00

Eloy Tizón. Foto: Mercedes Rodríguez

Anagrama.Barcelona, 2004. 188 págs, 13 euros

Podría resumirse fácilmente la historia contenida en esta novela " un anciano profesor evoca momentos de su vida pasada, sobre todo un amor juvenil con escapada incluida" y no tendría demasiado sentido, porque tal historia carece de interés convertida en relato somero de segundo grado.

Los valores de La voz cantante residen en la manera de contar, en la sutil adaptación del discurso a las diferentes etapas de la vida narrada. Dicho más tajantemente: son valores más propios del prosista con talento que del novelista imaginativo, afirmación que no presupone demérito alguno, sino que tiene tan sólo propósito taxonómico. Se trata de situar a este narrador en una determinada modalidad de la escritura, a fin de que no se busque en él lo que no se encuentra en su horizonte estilístico.

Las dos partes en que se divide la novela no son caprichosas; marcan muy bien dos épocas de la historia narrada -el pasado lejano y el presente del relato evocador, que incluye la alocada historia de amor con Mónica porque sigue operante en la memoria del narrador-, y también dos estilos de escritura que corresponden, no por casualidad, a dos estilos de vida: la pujante e imaginativa etapa que integra niñez, adoles- cencia y primera juventud, con sus acciones representativas -el episodio de la gallina en casa de los abuelos, el paseo por la cornisa con los ojos vendados-, y la rutinaria y plana existencia del profesor cercano a la jubilación; una existencia gris, sin lugar para la sorpresa y con los impulsos adormecidos en el fondo del espíritu. Más que en la división material entre las dos partes de la novela, su frontera auténtica se halla en el alucinante viaje alegórico que realiza Gabriel de vuelta a la casa paterna tras su aventura con Mónica Friser. La visión del narrador cambia. De las asociaciones verbales inesperadas se pasa a un inventario casi notarial de acciones cotidianas siempre repetidas. Sometido al principio a continuos sobresaltos frente a sucesos imprevistos o inexplicables, como la aparición de caras en la pared o del diablo, el narrador anciano se convierte en un metódico descriptor de insignificancias; el camino zigzagueante y variado de la juventud es ahora una planicie sin relieves, un paisaje monocorde en el que, sin embargo, asoma de vez en cuando, pujante e inmarcesible, el recuerdo de Mónica, suscitado por el libro de poemas que Gabriel ha conservado como única reliquia de su lejanísima aventura: "Cada vez que abro sus páginas y mis ojos recorren sus líneas, siento la misma conmoción erótica que sentí hace cerca de cuatro décadas, al verla por vez primera, en una parada de autobús" (pág. 188).

De este modo, La voz cantante se convierte en un relato sobre la pervivencia del sentimiento amoroso por encima del tiempo; un asunto mil veces tratado. Pero ya he dicho que la originalidad no radica en la historia, sino en el modo nuevo de contarla; es aquí donde Tizón guarda sus recursos más eficaces, que, a pesar de algún descuido -como atribuir a un Gabriel de 7 años reflexiones impensables a esa edad (p. 32-33)-, se apoyan en un certero instinto idiomático, capaz de formulaciones novedosas -así, la de la gallina que "tenía, en torno al cuello, un collar de plumas grises" - o al rechazo de tópicos: cuando tantos escritores caen todavía en el " rostro surcado de arrugas" , Tizón sortea el escollo escribiendo "excavado de arrugas" . Es sólo un detalle, pero significativo.