Image: Hasta siempre, Mujercitas

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Novela

Hasta siempre, Mujercitas

Marcela Serrano

30 septiembre, 2004 02:00

Marcela Serrano. Foto: Bernabé Cordón

Planeta. Barcelona, 2004. 286 páginas, 20 euros

Incluso el título de esta novela de Marcela Serrano apunta inequívocamente hacia el modelo literario en que se apoya: la célebre narración de Louise May Alcott, traducida a multitud de idiomas y recreada varias veces en la pantalla cinematográfica.

Como en el relato de la escritora norteamericana, se trata aquí de perfilar las vidas y los caracteres de cuatro muchachas -que en Mujercitas eran hermanas y aquí son primas- desde su infancia hasta su edad adulta, cuando, al reunirse de nuevo en el lugar de la niñez, tienen ocasión de sentir la melancolía del tiempo pasado, y también de poner al descubierto algunas mentiras que han acompañado su existencia. Como en otras novelas de la escritora chilena, el interés primordial reside en la creación de los tipos femeninos, minuciosa y equilibradamente delineados. Pero tal vez ha gravitado en esta ocasión excesivamente el modelo literario; la autora, sometiéndose a un pie forzado, se ha creído obligada a recalcar ciertas equivalencias entre los personajes de Mujercitas y las cuatro primas, o, si se prefiere, a esbozar algo así como unas vidas paralelas, aunque subrayando la "modernidad" de sus criaturas mediante referencias un tanto fáciles a la actualidad, como la existencia de Médicos sin Fronteras, el Sida o el ataque a las Torres Gemelas. Incluso el personaje de Jo tiene aquí su correlato en Ada, que dará cuerpo literario a la historia narrada, de acuerdo con el consejo de Jaime al recomendarle componer "un remake de Mujercitas" con esta justificación: "Después de todo, Ada, los mandatos que cada una de ustedes recibió al nacer en la década del cincuenta y sesenta en Santiago de Chile no son muy diferentes de los que reciben las hermanas March a mediados del siglo XIX en la ciudad de Concord. Lo importante es que ellas siguieron los mandatos al pie de la letra, y ustedes, ¿qué hicieron ustedes con ellos?" (pp. 239-240). He aquí, en síntesis, el programa de la novela, que acaso tendría que haberse independizado más de su conocido dechado. Porque, además, el recuerdo de la novela decimonónica arrastra en algunos momentos un modo de narrar excesivamente tópico ("Su facha era graciosa, a veces caminaba en la punta de los pies, otras como una gacela", p. 46) salpicado de fórmulas manidas ("no albergar dudas", "desplegar encantos", p. 55, etc.), de frases de sujeto dudoso ("A ella, a Nieves, la quería, la quería hasta el infinito no tenía dudas, pero debe reconocerlo: nunca le hizo caso", p.48; "se encontraba engrasando una máquina en el aserradero en compañía de su amigo Raúl, ajeno a cuanto ocurría en la casa grande", p. 89) y de usos rechazables: "casa pequeña y promiscua", p. 56; "pero en el fondo, muy escondido en la parte de atrás de su cerebro, Lola sabe que la verdadera razón...", p. 162 (¿qué es lo "escondido"?). También habría que evitar "las miles de ansiedades" (p. 54), "una alma" (p. 83), "una arma" (p. 95), etc.

De todos modos, la principal flaqueza del relato, que contiene pasajes con reflexiones agudas y delicadas introspecciones psicológicas -véanse, por ejemplo, las páginas 120-123-, es la excesiva tendencia de la autora a "retratar" a sus personajes, a caracterizarlos descriptivamente en vez de dejarlos actuar y mostrarse como son. En el plano estrictamente narrativo, al lector se le da, pues, casi todo hecho. Sabemos cómo son los tipos antes de comprobar cómo viven y qué hacen. Cuando estas informaciones no brotan de la reflexión de un personaje sino que emanan de la omnisciente voz narrativa, todo parece un poco caprichoso y determinado de antemano. De este modo, la variedad de informaciones no sirve para "crear" el contorno de los personajes, sino más bien para corroborar lo que se nos ha ido explicando de manera descriptiva, lo que no parece el mejor método narrativo posible.