Image: Retrato de dos hermanas

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Novela

Retrato de dos hermanas

Pedro García Montalvo

7 octubre, 2004 02:00

Pedro García Montalvo. Foto: Destino

Destino. Barcelona, 2004. 280 páginas, 20 euros

En la nota de contracubierta que acompaña esta novela del escritor murciano Pedro García Montalvo (1951) se indica que la profundidad psicológica de Retrato de dos hermanas la acerca "a los más grandes clásicos europeos de todos los tiempos".

El lector que acaba de cerrar el libro piensa en Stendhal, Dostoyevsky, Flaubert, Constant, Jane Austen, Proust, Gide y muchos otros escritores, y no percibe cercanía alguna. A cambio de ello, la desmedida hipérbole sirve como recurso taxonómico: en efecto, Retrato de dos hermanas pertenece a la especie de la llamada "novela psicológica", es decir, a aquella clase de relatos en que lo primordial es la atención prestada al análisis del mundo interior de los personajes y su evolución. Así se hace en este caso con la historia de una familia de la burguesía madrileña -los Mízar-, ejemplarmente unida y solidaria, de la que se destacan en un primer plano las historias de dos hermanas, Consuelo y Sandra, que son otros tantos ejemplos de relación amorosa. Consuelo, tras un matrimonio fracasado y una experiencia posterior traumática, pugna entre el abandono definitivo del pasado y la reanudación de lo que ya quedó truncado. Sandra, casada y aparentemente feliz, tropieza al cabo de los años con un amor de su adolescencia que nunca ha olvidado y que le provoca un gravísimo trastorno en su vida y hasta en su salud. El amor reflexivo y la pasión arrebatadora, junto a la especialísima relación afectiva entre ambas hermanas, son los rasgos que sustentan sus caracteres. Los demás personajes -los dos amantes, además de los familiares y amigos- son únicamente siluetas, a veces contornos desdibujados o estereotipos. Los sucesos se relatan en tiempo presente acudiendo a la omnisciencia narrativa, que permite informar hasta de los pensamientos más huidizos que pasan por la mente de los personajes.

La pertenencia al género sentimental deja su huella a veces en expresiones esclerotizadas ("estuvo a las puertas de la muerte", "temieron seriamente por su salud", pág. 77) y en reiteraciones empobrecedoras: si en un momento determinado se nos informa de que Sandra es "viva y alegre" y que a su hermana Consuelo "la ha apoyado en este asunto de su fracaso sin la más mínima reserva" (pág. 38), posteriormente se afirmará que Sandra es "alegre, viva" y que, en el asunto de su hermana "ha tomado partido abiertamente por ella sin ningún tipo de reserva" (pág. 56). Hay informaciones y datos irrelevantes sobre tipos secundarios que no tienen función alguna en la narración, como el vecino jubilado (pág. 56), así como numerosas aseveraciones de dudosa coherencia. Se describe, por ejemplo, a un transeúnte deforme, al que "las dos manos le nacen directamente de los hombros" y que lleva "una chupa negra echada por los hombros" (pág. 29; ¿cómo ve el observador el detalle de las manos?); la familia "conoció sus tiempos mejores a primeros de siglo, y tuvo su apogeo después de la Dictadura de Primo de Rivera" (pág. 43; ¿cuándo, por tanto?). Hay afirmaciones sorprendentes en boca del narrador: "Consuelo está con casi todas sus amigas, unas muy burguesas, otras más normales" (pág. 176); o símiles truculentos y complicados de asimilar, por inimaginables: "Siente como si le cortaran en las entrañas con el borde dentado de una lata" (pág. 122). Con la poda de muchos elementos accesorios, la novela hubiera ganado en intensidad.

A pesar de estas insuficiencias, García Montalvo muestra sus dotes de narrador en algunas escenas bien compuestas y de ritmo medido, como la fiesta de aniversario en casa de los Mizar o la inútil espera de Villalba en la Plaza Mayor, atisbado desde lejos hasta en sus más pequeños gestos por Consuelo. Pero le ha faltado renunciar a tanta frondosidad innecesaria.