Pan negro
Emili Teixidor
28 octubre, 2004 02:00Es una narración novelesca con muchos ingredientes de la realidad vivida. Pero no sería acertado leer estas páginas en clave autobiográfica. La mezcla de verdad histórica y ficción da siempre como resultado una construcción ficcional. Teixidor ha recreado un mundo opresivo, mísero, lacerado por la guerra civil y sus consecuencias inmediatas -familias destruidas, orfandad, miedo, represión- visto desde la perspectiva de un niño que es capaz, años después, de reconstruir sus recuerdos con la mirada de entonces.
Lo curioso del caso es que Andrés, acogido en el campo por sus abuelos, con un padre en la cárcel y una madre distante, rememora el mundo de la infancia como una época feliz, casi paradisíaca, hasta el punto de que el golpe de fortuna que lo coloca en una situación confortable, protegido por los señores de Manubens, y que le permitirá "dar la espalda [...] al mundo completo de antes" (pág. 373), es sentido como un envilecimiento: "Comprendí, fascinado por mi propia transformación, con una mezcla de vanidad y de miedo, que empezaba a convertirme en un monstruo [...] capaz de reunir en un solo cuerpo, en una sola vida, dos naturalezas distintas, dos experiencias contrarias" (pág. 374). El mundo de los mayores, siempre acosados por oscuros miedos o por viejas historias de las que no se habla, contrasta con el ámbito luminoso de Andrés y sus primos -Quirico chico, la Lloramicos-, sus juegos, sus confidencias, su vida libre y gozosa, su costumbre de encaramarse al ciruelo que simbólicamente los coloca en un nivel superior, por encima de los asuntos de la tierra, de la precaria subsistencia cotidiana, de las conversaciones elusivas y los secretos de los adultos, apenas entrevistos y nunca explicados del todo.
La sutil conservación sin apenas desfallecimientos de la perspectiva infantil a lo largo del relato es un logro notable del autor. El otro mérito indudable de Pan negro es la riqueza de sus evocaciones, la minuciosidad y precisión con que se describen lugares, paisajes, tareas agrícolas -véanse, a título de ejemplo, las páginas 278-279, dedicadas a la siega y la trilla- y el gusto por los nombres perdidos de las cosas, asociados inevitablemente a la memoria infantil: "Según la procedencia de los trilladores, hablaban del almiar, el nial, el borguil y otros nombres que a nosotros nos remitían a territorios nuevos e inexplorados. Al ancho mundo de las palabras" (pág. 279). Y aún podría añadirse el deleite verbal de las series enumerativas que aparecen en otro pasaje (págs. 138-139), así como el gusto por las leyendas y manifestaciones populares de la abuela.
Hay numerosos aciertos narrativos: la visita al padre en la cárcel, el entierro y la escena con el alcalde, la descripción de los Manubens (págs. 289-290) y el perfil de algunos tipos, como el señor Madern o el padre Tafalla. Y un lenguaje variado y rico, que el mismo autor ha traducido del catalán sin lograr esquivar del todo algunos catalanismos ("aquella verdor", p. 37; "no pueden haber excepciones", p. 74; "como que" (p. 172) por el "como" causal; "de buena mañana", p. 242; "no sé qué os ha cogido" [‘ocurrido'], p. 302) cuya presencia no empaña, sin embargo, la sensación de plenitud lingöística y riqueza de matices que el lenguaje de la obra despierta. Un texto excelente, en suma, que logra revitalizar, por la intensidad de la evocación, un tema repetido hasta la saciedad y hasta trivializado en demasiadas ocasiones.
Cuatro cuestiones a Emili Teixidor
-Imaginación y memoria: ¿cuál de las dos es más fiable?-La memoria cava, la imaginación florece.
-¿Incluso en la infancia más terrible hay un paraíso?
-Sí. ¿Cómo podrían vivir sin ese reducto los miles de niños que carecen de casi todo? Un aforismo dice que quien quiere hacer un paraíso con su pan, lo que consigue es un infierno con su hambre.
-¿Y los paraísos adultos?
-Algunos son artificiales, como es sabido. Como dice un buen amigo, de todos los paraísos hay que emigrar, pero nunca ser expulsado.
-Los adultos ¿se entienden entre ellos?
-No, a la vista está. Sólo hay que abrir el diario. Pero hay que intentarlo. Un adulto, a veces, no es más que un niño sin esperanza.