Image: Unos guantes viejos

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Novela

Unos guantes viejos

Jorge Cela Trulock

22 diciembre, 2004 01:00

Jorge Cela Trulock. Foto: Archivo

Huerga & Fierro. Madrid, 2004. 188 páginas, 13 euros

La trayectoria narrativa de Jorge Cela Trulock ha sido un tanto discontinua, aunque de indudable coherencia. A partir de Las horas (1958), narración supeditada aún a las fórmulas del "realismo cotidiano", el esfuerzo del autor por crearse un modo personal de narrar lo condujo a ensayar ciertos modelos de relatos objetivistas, enfocados desde una perspectiva en apariencia distante que algunos críticos apresurados emparentaron sin más con las técnicas del nouveau roman francés.

No había tal semejanza, sino el camino hacia una narrativa en la que los sucesos de la historia tuvieran importancia sólo en función de su capacidad para convertirse en reflejos de una conciencia. El narrador cuenta cada vez menos lo que sucede a su alrededor porque su mundo novelesco se limita a su propia memoria y a sus sensaciones. Es en su etapa de mayor madurez, surgida tras un largo silencio, donde se percibe ese tránsito desde el relato externo al soliloquio. Se produce aquí la disolución completa de la historia, fragmentada en recuerdos desvaídos, en anécdotas apenas insinuadas, en lo que es un monólogo incesante donde se borran los límites temporales y donde el lector puede rastrear únicamente algunas informaciones irrelevantes sobre viajes familiares o excursiones, junto el disfrute placentero de la naturaleza o las sensaciones ante el irremediable paso del tiempo, aspecto éste muy marcado siempre por los cambios atmosféricos que el narrador anota. Lo importante no radica en estas informaciones, sino en lo que su selección revela acerca del narrador, porque Unos guantes viejos no reviste la forma de relato autobiográfico al uso, sino que es más bien -si tal cosa existiera- la radiografía de una conciencia individual. Se trata, en efecto, de la conciencia de un personaje en el que el autor ha puesto el máximo cuidado para no distanciarlo de su propia persona ficcional, inscribiéndose él mismo en el relato con algunos rasgos identificadores reconocibles o mediante la alusión transparente a obras propias: "Sentado delante de la ventana, de todas las ventanas, puedo esperar a que pasen las horas [...] O tomar una compota de adelfas, o ir en tranvía desde el circo al matadero, o hacer un inventario base de todos los pájaros del mundo" (pág. 165). Unos guantes viejos nos sitúa en los borrosos límites entre realidad y ficción, como en una larga confesión personal incompleta o tergiversada aquí y allá por las traiciones de la memoria. La sostenida y audaz construcción del soliloquio, con sus reiteraciones medidas, sus asociaciones entre estados de ánimo, recuerdos y elementos de la naturaleza, sus descarnadas diatribas y hasta sus ocasionales ribetes de humor, va descubriendo un personaje solitario y desencantado, ferozmente crítico contra los manipuladores de la sociedad y los mantenedores de injusticias, que clama contra un "Estado violento, usurpador, avaricioso" (pág. 127), contra "la incultura reinante" (pág. 24) o contra la degradación y pérdida del lenguaje, objeto de rápidas caricaturas paródicas (págs. 24, 97, 111, etc.). El desencanto y el escepticismo alcanzan al sentido mismo del discurso: "Es un trabajo excesivo el de contemplarse a sí mismo como autor de un montón de piedras, de palabras. Con aquellas se puede hacer un muro [...] Con éstas, con las palabras, nada" (p. 187). Pero el texto de Unos guantes viejos se encarga de desmentir tal afirmación.