Image: Grandes miradas

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Novela

Grandes miradas

Alonso Cueto

3 febrero, 2005 01:00

Alonso Cueto. Foto: Kristin Keenan

Anagrama. Barcelona, 2005. 301 páginas, 18 euros

Publicada en Perú en 2003, Grandes miradas es la obra más lograda de Alonso Cueto (Lima, 1954), quien durante la década de los 70 vivió en Barcelona y en Madrid y, más tarde, se graduó en la universidad de Austin (Texas) con una tesis sobre la obra de Onetti.

Ha publicado diez libros de narrativa, y ha conseguido el premio Wiracocha y el alemán Anna Seghers por el conjunto de su obra. Su novela, inspirada en hechos reales, podría entenderse como histórica si tras ella no descubriéramos una más honda reflexión moral. Vladimiro Montesinos, el hombre de confianza de Fujimori, decidió asesinar mediante sicarios, tras torturárle, al juez César Díaz Gutiérrez, que en la novela aparece bajo el nombre de Guido Pazos. El novelista parte de un episodio judicial: el no plegarse a los deseos del Gobierno, que pretendía ocultar el tráfico de armas. Nos hallamos, pues, ante una indagación no tanto sobre la política peruana reciente, aunque también puede entenderse así, como ante las dificultades del individuo para resistir la presión de un ambiente terrorífico y los desafueros de un poder dictatorial. Para ello, trazará la figura de Gabriela (Gaby), novia del juez, quien decide vengarlo prostituyéndose hasta lograr una cita a solas con Montesinos. Cuando éste le pregunta quién es, la respuesta es: "Tú -susurra-. Soy tú".

Sin embargo, las dos figuras de mayor interés son las históricas, convertidas en personajes. La de Montesinos, en su complejidad, resulta convincente y sus manías -que no son pocas- le humanizan, incluso su afán de filmar en vídeo las transgresiones de amigos y enemigos. Ello supondrá su fin. El personaje ocupa el primer plano de la novela, pese a que Cueto ha elegido dos ámbitos sociales: el periodístico y el político. El narrador profundiza y evita los tópicos y, con ello, tornamos al existencialismo. Algo de Conversación en la Catedral descubrimos en Grandes miradas. Es un Perú posterior, más corrupto si cabe, igualmente violento. De hecho, el fin de la novela es la caída de Montesinos y la huida de Fujimori. Alonso Cueto posee una enorme facilidad para el diálogo. Construye el relato de forma casi lineal, aunque nos ofrece una rica variedad de recursos: el monólogo interior (como el decisivo de Montesinos, pág. 258) o el del propio Fujimori, relatos psicológicos, como las figuras de don Osmán Carranza, director del periódico, pero a las órdenes de Augusto de Miraflores; la de Jackie, la pasión de Montesinos, y Mati, su confidente. Pero su mayor facilidad narrativa la descubrimos en la construcción del relato donde suma escenas de gran plasticidad, aunque éstas se reducen a la promiscuidad del personaje y a la violencia. Se sirve también del collage para lograr el ambiente histórico. Es eficaz en el erotismo. Pero el mayor acierto de la novela es la descripción de la corrupción desde el poder y en el poder. Si Montesinos es capaz de abofetear al juez Chato, otro corrupto, no extraña el uso del crimen y la propagación del miedo.

Grandes miradas resulta así una novela política sobre la fugacidad y sus dependencias. Traduce un profundo pesimismo, salvado tan sólo en una de las últimas reflexiones de Gaby a los padres del juez: "La bondad nunca es pura pero la bondad existe, ¿no cree? Existe en todas partes". El mal o el bien no son, pues, tan sólo un fruto social, sino algo que brota del interior de cada individuo. Recordaremos antes a Mauriac que a Sartre.