Image: Reconstrucción

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Novela

Reconstrucción

Antonio Orejudo

24 febrero, 2005 01:00

Antonio Orejudo. Foto: Esther Lobato

Tusquets. Barcelona, 2005. 270 páginas, 16 euros

El peso de la historia en esta nueva novela de Antonio Orejudo es considerable. En la turbulenta Europa del siglo XVI, las disidencias religiosas -pronto calificadas de herejías y sañudamente perseguidas- son el fondo en el que se incriben las andanzas de algunos personajes.

Entre ellos destaca Joachim Pfister, encargado por algunos inquisidores intransigentes de buscar y descubrir al misterioso autor de un manuscrito herético a fin de impedir su difusión y su posible publicación. La personalidad de Pfister, así como la del autor perseguido, son enigmas que mantienen cierta tensión durante parte de la novela, pero no es este aspecto de la historia el que ha interesado al autor. Fascinado, y con razón, por la riqueza de informaciones extraídas de ciertos libros de historiadores que cita en una breve nota introductoria -y que luego aparecen, con un curioso guiño, ocasionalmente metamorfoseados en teólogos de la época-, Orejudo se ha internado más en la narración de conflictos ideológicos que en la creación de personajes propiamente dicha. En Reconstrucción se plantean con nitidez, en efecto, multitud de cuestiones morales: la intolerancia, el abuso de poder, la crueldad, el fanatismo religioso, el abismo entre las doctrinas y los comportamientos, la persecución del intelecto, la utilización de las creencias colectivas en beneficio propio y para satisfacer ambiciones personales. A muchas de estas cuestiones se les podrían encontrar paralelismos en la sociedad actual, acaso transfiriendo una buena proporción del trasfondo religioso al ámbito político, aunque tal operación tendría que correr a cargo del lector, porque el novelista no ofrece demasiadas sugerencias en este sentido. Pero resulta significativo que los dos personajes que vertebran la historia -el investigador y el esquivo hereje, que no llega a aparecer, salvo fugazmente y con otra identidad- sean la representación de dos disidentes que se han opuesto abiertamente a las verdades "oficiales" y han de vivir ocultándose. Los poderes han ido poco a poco tergiversando la naturaleza de las creencias, encubriéndolas bajo una gruesa capa de dogmas, proscripciones y doctrinas encaminadas a establecer lo que hoy se llamaría un pensamiento único -o, si se prefiere actualizar más el mensaje, una especie de globalización ideológica-, y quienes no se pliegan a esta forzada homogeneización son perseguidos, acallados o exterminados.

Se trata de una vía de lectura posible de Reconstrucción, si bien existe en detrimento de su contextura novelesca. Salvo Pfister, bien delineado en sus dos identidades, los personajes son un tanto desvaídos. Algunos caen en el tópico, como los arzobispos Ory o Tournon; en cuanto al guardaespaldas Roland, cuya rudeza no se compagina con algunas reflexiones, parece más un personaje de cine trasplantado al siglo XVI. La última página mezcla la escena final de la novela con una reflexión actual, hecha desde la colina ginebrina en la que Miguel Servet fue quemado, donde implícitamente se deplora el olvido de lo que sucedió y la necesidad de reconstruirlo (que es, en definitiva, lo que hace la novela, y también lo que hace la historia). Lo cierto es que la escena parece superflua, y su mezcla con la otra, específicamente novelesca, en que Rothman recobra su identidad, se me antoja un error que podía haberse rehuido, o, al menos, haberse paliado colocando invertidas ambas secuencias y cerrando con la meditación actual.

Orejudo escribe bien, aunque se le escape algún descuido. Cuando se narra que un personaje "deposita ahora sobre la mesa un ejemplar en octavo, de 70 hojas sin numerar" (pág. 153), ¿cómo sabe el narrador el número de páginas, si están sin numerar? Otros deslices, muy leves, son de orden gramatical: "una sola mención al bautismo" (pág. 222); "no puede presentarle a los Trechsel" (pág. 249). Pero, en general, Reconstrucción es una obra de noble aliento, aunque de composición desigual.


4 cuestiones a A. Orejudo
¿Por qué ambienta la novela en la Europa del siglo XVI?
-Si hubiera usado un fondo contemporáneo, los árboles de la actualidad no hubiesen dejado ver el bosque de la novela, que es la evolución ideológica del personaje. Alejando la anécdota se mejora la perspectiva.
-¿Es nuestro tiempo intolerante?
-El poder es siempre intolerante. Y hoy también fomenta la superstición y el miedo para perpetuarse.
-¿Cuál es la mejor manera de combatir una herejía?
-No soy partidario de combatir herejías. Más bien de fomentarlas.
-¿Se ha sentido un hereje?
-En literatura la herejía es la única actitud que me interesa.