Image: Los seres felices

Image: Los seres felices

Novela

Los seres felices

Marcos Giralt Torrente

14 abril, 2005 02:00

Marcos Giralt Torrente. Foto: Antonio Luis Delgado

Anagrama. Barcelona, 2005. 352 páginas, 18 euros

Con dos novelas en su haber, precedidas de un libro de cuentos, Giralt Torrente (Madrid, 1968) se ha convertido en uno de los valores más firmes de la promoción de novelistas que está encontrando su lugar en la última década.

Ambas guardan un estrecho parentesco, tanto en los temas como en la estrategia narrativa. En París (ganadora del premio Herralde en 1999) el narrador en primera persona recuerda su pasado de niño para comprenderlo y entender el presente. En Los seres felices el protagonista y narrador en primera persona indaga en su pasado para conocer y explicarse a sí mismo y a su esposa las experiencias familiares que atormentan su conciencia. Y en las dos se concibe la novela como medio de conocimiento, en la línea de Javier Marías, con quien emparenta la prosa envolvente que Giralt Torrente cuida con esmero como vehículo para dar cuenta de muchos matices y sensaciones que se agolpan en la mente del narrador.

éste es un arquitecto, casado con una periodista a quien teme perder. Por eso necesita explicarse y hacerse comprender ciertas actitudes suyas en una familia formada por su padre, con quien no se entiende, su madre y un medio hermano habido en el primer matrimonio del padre. El núcleo temático está en las tensiones familiares desatadas por una madre que no acepta al que no es hijo suyo, un padre que no acierta a poner orden, un hijo que se pierde en aquel laberinto derecelos, y el narrador, que nunca se atrevió a descubrir las infamias cometidas por su madre. Ahora los tres están muertos. El presente narrativo se sitúa en un tiempo posterior, con el narrador y su mujer en Berlín, donde ella ejerce de corresponsal. La historia novelada se concentra en tres días de un fin de semana marcado por el anuncio de la comida del narrador con su padre, la visita de la hermana de Marta, único personaje con nombre porque a ella va dirigida la rememoración confesional del narrador. La maestría de Giralt Torrente se afirma en la calculada graduación en el conocimiento de la vida familiar, tanto en pasado más lejano, con los dos medio hermanos en la casa de una madre que sólo quiere al hijo suyo, como en el pasado más reciente, con las dudas alimentadas por la tensa relación de Marta con un antiguo compañero y su encuentro con la hermana de ella. Y desde muy pronto el narrador deja constancia de su responsabilidad en la conducción de su relato, consciente de la necesidad de "un cálculo, un orden y una dosificación" (pág. 38), de acuerdo con su profesión de arquitecto.

La alternancia de las dos épocas en la indagación retrospectiva del narrador está resuelta con naturalidad y armonía, favorecidas por la sub-jetiva asociación de ideas en la mente rememoradora. La graduación de la información alcanza su sentido profundo cuando sabemos que su narración obedece a la íntima necesidad de obtener la comprensión e incluso el perdón de Marta por el comportamiento que él tuvo cuando su hermano murió en la carretera. Su relato nace, pues, de la urgencia de expiar su culpa por omisión. Y así la obra descubre la ironía del título, Los seres felices, en un marco de relaciones familiares dominadas por las medias verdades y las sospechas.

Pero la novela enriquece su concepción como medio de conocimiento de lo que nos resulta más próximo con la reflexión teórica sobre su planteamiento narrativo, mostrando sus propósitos, discutiendo los problemas surgidos en el proceso y analizando el modo de resolverlos. Así, el texto encuentra una feliz armonía entre la narración de lo ocurrido, la introspección del narrador en su mundo y la sutil creación de suspense sin salirse del pormenorizado análisis de la experiencia diaria. Y no es mérito menor sino acierto mayor la eficacia narrativa de una prosa que ajusta su andadura al ritmo de lo que se va contando, desde una sintaxis alargada en numerosos meandros para expresar los íntimos pliegues de la conciencia rememoradora hasta el ritmo entrecortado por la tensión que se vive en momentos de agitación interior hábilmente distribuidos en la segunda mitad del texto.

En suma, he aquí una buena novela, necesaria en nuestra envilecida sociedad, por su enfoque moral en la búsqueda de la verdad sobre el peso de la culpa en la convivencia familiar y en el amor, y sobre la forma de contar y la incapacidad de comunicación, pues el desnudamiento del narrador dirigido a su pareja abre otra vía con esta interrogación final: "¿Quién eres tú?" (pág. 345).