Ignacio Vidal-Folch: "Cuba es la prueba del algodón del tartufismo intelectual español"
Ignacio Vidal-Folch, por Gusi Bejer
Pregunta: ¿Los “turistas del ideal” son impostores, unos vendidos, unos frívolos? Respuesta: Los turistas del ideal son los tribunos de la prensa, los pensadores, los políticos, los formadores de opinión, que hacen “turismo” por los grandes ideales revolucionarios pero por la noche se vuelven a calzar las pantuflas. P: Los personajes de la novela, “fruto exclusivo de la imaginación”, ¿no son demasiado reconocibles? R: Los compuse con pedazos de mucha gente. Y por desgracia tuve que poner pedacitos de mí mismo. P: Pues parecerá una charcutería su novela. R: Es como el monstruo de Frankenstein, pero en clave de humor. P: Pues alguna de sus parodias son terribles, ¿no le hubiera venido bien un poco más de delicadeza? R: A veces confundo el bisturí y la broca. P: En estos casos se pregunta a un especialista. R: Me atengo a la estética de Valle: “por la divina primavera/me ha venido la ventolera/de escribir versos funambulescos,/un purista diría: grotescos”. P: ¿Qué papel representa en su libro la Cuba castrista? R: Cuba es una prueba del algodón para calibrar la ceguera o el tartufismo de tantos intelectuales españoles. P: ¿A esos tartufos, como usted dice, les fascina la revolución? R: Sobre todo les fascina la pistola al cinto del dictador. Se dan cuenta de que esa pistolita es más potente que sus estilográficas. Es un complejo freudiano de manual. P: ¿Cómo se identifica el Tartufo de hoy? R: Repite frasecitas huecas como “todas las ideas son respetables”. Es un síntoma claro de pereza mental y tartufismo. P: ¿Qué otras características tiene? R: El discurso melifluo, la adoración del “diálogo” como panacea universal, el hedonismo a ultranza, la falta de rigor intelectual, el sentimentalismo, la autoindulgencia, la gastronomía. Todo eso es tan irritante. P: Hablando de gastronomía, ¿por qué algunos defienden el Bulli como nuevo museo de arte contemporáneo? R: Es curioso que ese restaurante represente en el extranjero la creatividad española. Antes si no recuerdo mal la representaba Picasso, Miró, Dalí, etc. P: ¿Es que no se puede ser artista en los fogones? R: Se puede ser artista en cualquier campo. Quizá lo que sucede es que 50 años siendo destino turístico han convertido este país en fonda de Europa. Por eso nos representa tan bien Ferrán Adrià. P: ¿Por qué el humor del libro es tan amargo? R: Supongo que porque por debajo del humor se desarrolla una tragedia, o varias tragedias, que impregnan los chistes. La tragedia del tiempo, de la miseria de la literatura, de la falta de sentido, de las ambiciones defraudadas... P: A pesar de todo, ¿se ha divertido escribiéndolo tanto como parece? R: Sí, me reía. Escribir es una fiesta. Aunque también fatigoso. Lo formidable es leer. Es dialogar con gente inteligente que ha pensado varias veces cada frase antes de pronunciarla. Cosa que sucede muy pocas veces en la vida real. P: ¿Por eso escribe tan poco? ¿Porque se la pasa leyendo? R: Es que tampoco oigo un clamor reclamándome nuevos libros. Quizá debería dejarlo, pero el escritor que no escribe es infeliz, como esos cuchillos de Borges encerrados durante años y años en un cajón. P: Las escenas de los Grapo quitándoles el trabajo a unos mendigos, o la de los inmigrantes encerrados en la catedral de Barcelona, en huelga de hambre, que acaban comiéndose al Paco Ibáñez de turno, ¿son sólo puro esperpento? R: Son episodios de un humor más grotesco, tipo Mortadelo y Filemón, para compensar la extremada sutileza del conjunto. Están situados estratégicamente en el texto y obedecen a exigencias de la armonía. P: ¿De verdad jamás ha sentido la tentación de sumarse al carro de los “turistas del ideal”, que lo mismo protestan contra la globalización que denuncian el imperialismo yanqui? R: He sido o soy uno de esos turistas. Todos los escritores lo son en alguna medida desde que se establecieron los derechos de autor, que arrojan una sombra sospechosa sobre toda exposición de ideas. P: ¿Qué valoración haría Valdemont del interés literario y comercial de su libro? R: El personaje de Valdemont, un escritor que fue famoso y luego pasó de moda, y vive encerrado en el castillo de su orgullo, sólo considera interesantes y valiosos sus propios libros. Al mío le pondría un cinco pelado. P: ¿Tardará otros cinco años en escribir la segunda parte de esta trilogía, dedicada al parecer al nacionalismo? R: Es un libro más breve, lo estoy puliendo amorosamente. Frase a frase, palabrita a palabrita. P: ¿Qué hará el día que alguien le grite por la calle, como a Augusto, “Sigue, ánimo, maestro, tus novelas nos enseñan a pensar, a vivir y a soñar”? R: Augusto, el viejo escritor pomposo, cubierto de honores, cree que eso es lo que le dicen porque está total y doloridamente infatuado. Yo si oyese esas voces me cortaría las venas. Pero eso nunca sucederá.