Turistas del ideal
Ignacio Vidal-Folch
19 mayo, 2005 02:00Ignacio Vidal-Folch. Foto: Alberto Cuéllar
No sólo le ha puesto un buen título, sugeridor, Vidal-Folch a su nueva novela, Turistas del ideal, sino que con esa locución define de maravilla un notable hecho contemporáneo. Alude al comporta- miento de ciertos creadores relevantes de la izquierda finisecular que pasean sus utopías por el ancho mundo mientras en su vida se atienen a vulgares patrones burgueses.El pausado narrador barcelonés pone el dedo en la llaga de las contradicciones entre la ideología y los intereses y vanidades de aquellos escritores y artistas que se apuntan a todas las buenas causas y nadan a gusto en el capitalismo financiero y se benefician de la sociedad consumista de nuestros días. La fórmula "turistas del ideal" es un notable hallazgo conceptual. Y con éste en la pluma, el autor se dedica a demostrarlo minuciosamente aplicando los recursos de una imaginación distorsionadora, expresionista, burlesca, que no busca tanto la copia del natural como la parodia de hechos representativos. Para ello traza un argumento poco complicado y efectivo. En un país centroamericano, Tierras Calientes, coinciden para apoyar a un revolucionario llamado el Capitán varios de esos intelectuales. Entre ellos destacan Vigil, exitoso autor de novelas policíacas vinculado con el Partido Comunista; Augusto, pretencioso narrador portugués laureado con un Toisón, algo así como el Nobel, y el famoso cantautor Fortún. Aclara Vidal-Folch en una nota final que los personajes no se refieren a personas reales, pero los rasgos apuntan desde el comienzo a una identificación fácil con populares nombres de las letras y la canción, de modo que la base de una literatura en clave, nada retorcida, sirve para fortalecer la denuncia implacable de ese falso mundillo de la presunta progresía basado en el engaño y el egoísmo. El retrato vitriólicamente caricaturesco de los personajes muestra que bajo esos fantasmones solo hay inautenticidad, engreimiento y soberbia. Todo en ellos resulta por completo falso, tramposo, tanto las personas como su obra, vacua u oportunista.
Así, mediante situaciones esperpénticas, peripecias bufas y apostillas críticas demoledoras de la propia degradación de la literatura, desa- rrolla Vidal-Folch una sátira sin medias tintas, ocurrente casi siempre, y amena. Los múltiples registros del humor, aplicados por igual a las anécdotas y al tratamiento, desvelan la mentira en que se acuesta ese influyente y aureolado sector de nuestra sociedad. Y uno se lo pasa muy bien reconociendo los tópicos del día que el autor anota en su bienhumorado alegato. Un tipo de literatura como ésta, divertida y crítica, de una insólita valentía en un contexto social y cultural dominado por lo políticamente correcto, es necesaria y ha de aplaudirse. La invectiva contra el progresismo se hace, además, desde posturas diríamos más regeneracionistas que conservadoras. El pensamiento del autor parece ser algo así como: contra la estupidez allí donde se encuentre. Pero el diseño de su fábula deja un importante flanco abierto, el de una presentación muy maniquea de los personajes. Vigil y Augusto son tontos totales; más necios y pagados de sí mismos, imposible. Si en lugar de ser de izquierdas fueran de derechas serían igual de majaderos. Lo cual desmonta en buena medida la generalizadora tesis del turismo del ideal que Vidal-Folch vende.