Image: Vida, representación y muerte de Lul Mazreku

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Novela

Vida, representación y muerte de Lul Mazreku

Ismaíl Kadaré

9 junio, 2005 02:00

Ismaíl Kadaré. Foto: Armando Babani

Traducción de R. Sánchez Lizarralde. Alianza. Madrid, 2005. 282 páginas, 16’50 euros

En plena globalización, pervive el rol que Francia sigue jugando en el conocimiento y difusión de determinadas literaturas. Tal sucede con el novelista albanés Ismael Kadaré, que goza de reputación universal cuando sus circunstancias personales hacían prever lo contrario: un papel de autor local, minoritario y marginado de los grandes circuitos literarios.

Es notoria la condición de escritor "nacional" de Kadaré, en el sentido de que gran parte de su obra narrativa se dedica a recrear los momentos históricos decisivos de su pequeño país balcánico, situado frente al Adriático y en la marca que representó durante siglos un perenne campo de batalla contra los turcos. Precisamente su novela de 1986, traducida al francés con el título Qui a ramené Doruntine?, trata del periodo pre-otomano, pero la mayor parte de su producción está dedicada a la contemporaneidad: la lucha contra el fascismo, la ruptura de la Albania comunista con la URSS primero y con China después, y, finalmente, la caída del régimen de Enver Hoxha.

La última novela del autor traducida al castellano, Frías flores de marzo (2001), trata del ocaso de esta dictadura, mientras que la anterior, Noviembre de una capital (2000), versaba acerca de la recuperación de Tirana tras la derrota de las tropas nazis por parte de los guerrilleros comunistas en 1944. Pero también se narraba allí la historia verídica de un viajero decimonónico asesinado por unos bandidos que obtuvieron un extraño botín: un pesado fardo repleto de pequeñas piezas de plomo. Era el alfabeto albanés que un lingöista e impresor intentaba introducir en su país, donde los invasores prohibían la escritura en su lengua. De hecho, hasta 1909 no se hizo oficial un alfabeto con caracteres latinos, lo que facilitó sobremanera el desarrollo de este idioma, aislado y sin parangón dentro de la familia indoeuropea, que hablan tres millones de personas.

Con estos antecedentes, se comprende lo decisivo que fue para la fama de Kadaré su huida a Francia en 1990, luego de haber sido presidente de la Unión de los Escritores y Artistas Albaneses, organización gubernamental que hizo suya una versión estéticamente exigente del realismo socialista. A partir de entonces, menudearon las versiones francesas de su obra. De todos modos, Ramón Sánchez Lizarralde, el traductor de Vida, representación y muerte de Lul Mazreku así como de los otros títulos antes citados, trabaja sobre los originales albaneses. Nos imaginamos lo arduo de su labor, sobre todo en momentos como el comienzo de esta última novela en donde el protagonista y su amigo Nik Balliu hablan en un argot juvenil, cumplido de palabras gruesas, y probablemente matizado dialectalmente.

El momento histórico tratado ahora corresponde a los estertores de la dictadura de Hohxa, cuando el régimen afrontaba las constantes huidas de sus nacionales hacia Occidente. Sin embargo, Kadaré, narra- dor muy efectivo pero de corte tradicional, recurre a un artificio que en cine se ha dado en llamar flash-forward, esos saltos hacia adelante en la trayectoria de lo que se cuenta que, en este caso, nos proyectan diez años en el tiempo, hasta el "primer proceso por crímenes contra la humanidad que tenía lugar en Albania y tal vez en todo el derruido imperio comunista" (pág. 273).

Kadaré es un escritor hábil en el manejo de diferentes registros. Se ha ponderado, por ejemplo, su capacidad para entreverar lo banal y lo trascendente, echando mano, incluso, de la mitología clásica, como aquí ocurre con los héroes homéricos y con la Eneida. Pero también sabe utilizar intrigas policiales, estrategia que está en el meollo de Vida, representación y muerte de Lul Mazreku y que el crítico debe, lógicamente, no desvelar. Lo que igualmente es patente, desde el propio título, es la connotación teatral, que en la novela explica su trama, se contextualiza con los restos históricos del teatro de Butrinto, refugio de troyanos huidos como la propia Andrómaca, y aporta una variante muy lograda de un viejo tema literario: el de las dictaduras políticas como grandes representaciones histriónicas, en las que la realidad es transformada en un contrapunto ficticio, grotesco y trágico a la vez.