Image: Intrusos y huéspedes

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Novela

Intrusos y huéspedes

Luis Magrinyà

14 julio, 2005 02:00

Luis Magrinyà. Foto: Domenec Umbert

Anagrama. Barcelona, 2005. 232 páginas, 18 euros

El talento literario de Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960) llegó a su culminación en Belinda y el monstruo (1995), que recibió el aplauso unánime de la crítica porque aquellas seis narraciones cortas mostraban la temprana madurez de un escritor joven formado en una tradición que va de Cervantes a Gide, Thomas Man y Musil.

Cinco años más tarde apareció la primera novela del autor, Los dos Luises, con la que ganó el premio Herralde 2000. Sin constituir un acierto pleno, debido a ingenuos trucos de suspense y a ciertos excursos que lastran el ritmo narrativo, por ejemplo las páginas iniciales dedicadas a la etimología de la palabra trabajo en varias lenguas, esta novela permitía mantener el reconocimiento logrado por el autor en sus dos anteriores libros de relatos. Pues en Los dos Luises descubrimos una metáfora de la vida y la literatura desarrollada con acierto en el mundo del teatro, que ya en sí mismo es una representación y que aquí da lugar inteligentes muestras de parodia, ironía y humor en un texto de franca modernidad por su planteamiento lúdico y sus consideraciones metanarrativas.

El mundo del teatro sigue presente en Intrusos y huéspedes, segunda novela del autor, que supone otra audaz propuesta que, en este caso, no llega a cuajar en una buena novela. Su composición en tres partes presenta el reencuentro de un padre con su hijo, la depresión del padre y sus implicaciones en la droga en compañía de los amigos de su hijo. El ingrediente del teatro predomina en la primera parte por la condición del padre como actor que antes tuvo éxito en el cine y ahora es director de teatro en un colegio. Toda la novela está contada por el padre, que actúa como protagonista y narrador en primera persona, adoptando la forma de diario en las partes primera y tercera, quedando la segunda como un rápido y elíptico resumen de su depresión, más algunas reflexiones sobre los dos diarios, el que antecede y el que sigue.

El primer diario da cuenta de la breve convivencia del padre con su hijo, procedente de Australia, donde está su madre, tras varios años de separación de ambos cónyuges. El hijo "huésped" que rompe la soledad del padre en esta primera parte trae consigo la llegada de varios compañeros y amigos que son los "intrusos" que van apareciendo en la primera parte y se apoderan de la tercera. Pero en este segundo diario ya todo parece regido por la necesidad de la droga, los planes de elaboración de nuevas sustancias a partir de la esencia de sasafrás y los estudios sobre sus componentes, su toxicidad, sus efectos alucinógenos y su empleo en perfumes o en medicina. Casi todo queda referido, pues, a los trabajos clandestinos para la obtención de drogas, la compra de materiales en Internet, los ensayos y experimentos sobre sus consecuencias en daños cerebrales y dolencias somáticas. En este aspecto el libro revela un gran esfuerzo de documentación y resulta de la máxima actualidad por adentrarse en uno de los problemas más candentes en algunos grupos sociales de nuestro tiempo. Pero aquí no se valora su mérito como libro de drogas, sino como novela, y en este plano deja mucho que desear.

El narrador y protagonista de esta novela pretende ampararse en la línea de narradores deprimidos del siglo XX para transmitir sus exorcismos personales a partir de una crisis y sus consecuencias. Pero en realidad no se me alcanza qué conocimiento se puede sacar aquí de semejantes operaciones con estimulantes y alucinógenos que no van más allá de su mero proceso. En la primera parte pesan demasiado, por falta de integración en la novela, las consideraciones del narrador sobre la obra teatral que está leyendo con sus alumnos. Y en cambio no se profundiza en el acercamiento, o en el mayor distanciamiento, entre padre e hijo. éste casi no aparece ya en la tercera parte, donde sólo es una ocasional referencia ausente porque se ha ido a Inglaterra. Los amigos o intrusos en casa del padre son personajes planos. Y el narrador hace trampas ingenuas como anotar días en blanco en sus diarios.