Image: Bajas esferas, altos fondos

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Novela

Bajas esferas, altos fondos

Jesús Pardo

15 septiembre, 2005 02:00

Foto: Quique García

Losada. Madrid, 2005. 385 páginas, 24 euros

Con muchos recuerdos de su dilatada experiencia como corresponsal en Londres, Jesús Pardo ha construido esta novela, de título inteligentemente paródico, acerca de la "mugre franquista" -como señala la nota editorial-, atisbada desde la atalaya distante de la capital británica.

Aunque el autor subraya en un rotundo colofón el carácter ficcional de la obra y previene contra identificaciones posibles de ciertos personajes que, en cualquier caso, se deberían tan sólo a "la suspicacia del lector", resulta indudable que Bajas esferas, altos fondos es una obra en clave. Por mucho que la fantasía del escritor transforme tipos y situaciones, una buena parte de los personajes -sobre todo de los españoles- que desfilan por estas páginas responden a modelos reales que cualquier conocedor de aquellos años, especialmente de figuras y entresijos pertenecientes al mundo de la política y el periodismo, descubrirá sin dificultad: el embajador de España, noble rijoso y alcohólico; el ministro de Asuntos Exteriores que visita la embajada; Julio Altura, director general de Prensa (en cuyo nombre se han respetado incluso las iniciales del modelo real); Genaro Mejorana, despótico y sinuoso director de La Voz Social (cuyo apellido deja traslucir el de otro que responde a una planta de la misma familia). Junto a ellos, personajes de menor cuantía, como Guillem de Bregada o Nemesio García Torre, completan un mundillo de advenedizos corruptos y trepadores, dispuestos a consentir las mayores indignidades con tal de medrar social y económicamente. En este plano, la visión satírica de Jesús Pardo es notable, en la línea del esperpento valleinclanesco. Más invención hay en la historia de Idonea Hockover, la noble disoluta, y en su relación con el embajador. El doble crimen de Idonea y su marido y los gestos de amor post mortem del senil conde, que podrían haber inyectado cierta grandeza trágica en la historia amorosa, se inclinan más, sin embargo, hacia el cuadro de grand guignol cuyas características dominan la novela.

Muchos lectores se acercarán a esta obra -que, en cierto modo, tiene su paralelo en algunos libros memorialísticos del autor- atraídos por el afán de descubrir los sujetos reales que se ocultan bajo estas caricaturas inmisericordes. Cuando hayan pasado unos cuantos años y el recuerdo de aquellos personajillos que en algún momento tuvieron poder e influencia se haya desvanecido, hasta el punto de que la novela se convierta en pasto de eruditos que anoten a pie de página datos y minucias para hacer comprensible el texto, permanecerán los valores estrictamente literarios, que no radican en la construcción de la obra -con su alternancia un tanto mecánica de secuencias que siguen a los distintos personajes y rastrean su historia en largas y prolijas analepsis-, sino en la capacidad del autor para crear ciertos ambientes -el elegante cabaret de Hugo Cornuché, "cuyos miembros estaban en permanente estado de alquiler" (pág. 19), el picadero de Idonea, el suntuoso castillo que construye el enloquecido conde- y, sobre todo, en su libérrima creación verbal, otro de los aspectos de la obra que delatan su filiación valleinclanesca.

Hay derivaciones de gran plasticidad: "Tenía del amor celeste una idea [...] sotanesca y bonetuda, rosariega y arrepentidiza" (pág. 338); "con pachorrienta retranca" (pág. 356); "hombres talludos o talludizantes" (pág. 19); "populoso y acampanado baile" (pág. 100), "el rutilante salón aurialbo, tetricerúleo". El ministro de Información y Turismo es "salmantinamente pío e intransigente" (pág. 93), y los funcionarios de la embajada española constituyen "la currinchada ambasadorial" (pág. 29). No faltan los neologismos audaces: "ajuarar el caserón" (pág. 365), "ajuararse un buen hueco en el corazón del nuevo embajador" (pág. 317), "el grisor del alba" (pág. 364), "de negrigafudo incógnito" (pág. 354), "cobijo finisemanal" (pág. 157), "vencedora y mundivoraz" (pág. 205). La deformación intencionada del vocablo "estentóreo" conduce a una creación verbal espléndida: "Sus últimas palabras [...] habían sido un estertóreo "‘¡Viva la República!’" (pág. 300).

Hay en Bajas esferas, altos fondos abundantes muestras de excelente escritor, al que, como ha sucedido en otros casos que algún día habrá que estudiar y analizar, el periodismo mantuvo embridado durante demasiado tiempo.