Ángeles del abismo
Jesús Ferrero
20 octubre, 2005 02:00Jesús Ferrero. Foto: Bernabé Cordón
Desde sus comienzos, la narrativa de Jesús Ferrero se ha caracterizado por huir de los modelos más convencionales y epidérmicos del relato. Incluso en sus títulos menos afortunados -que los hay- nos encontramos ante una literatura reflexiva, que busca el ahondamiento en las ideas más que la narración superficial de una historia.
La historia es muy simple: el narrador adulto evoca los años de su adolescencia -en torno a 1967- en un colegio de Zumárraga con un grupo de amigos y compañeros de su misma edad. La cronología, los lugares, los datos que se ofrecen del narrador actual, coinciden en buena medida con muchos rasgos biográficos del propio autor. No significa esto -conviene advertirlo sin tardanza- que estemos ante una novela autobiográfica, de esas que sirven para rastrear la fidelidad de los hechos narrados a la vida del creador. Lo importante es la recreación artística de experiencias cercanas -experimentadas directa e indirectamente-, tamizadas todas ellas por el peso de la existencia vivida desde entonces. Porque ángeles del abismo es, por encima de su anécdota, una novela acerca del poder de la memoria, de la pervivencia del pasado y del peso que cada experiencia pretérita tiene en la conducta actual, porque, en definitiva, todos somos "hijos de nuestra memoria" (pág. 180), como reflexiona el narrador. Tras muchos años de separación, los adolescentes de ayer se reencuentran fortuitamente y sus ingenuos escarceos de antaño reaparecen en forma adulta: "Beso sus ojos y sus labios y siento que estoy besando una historia más que una mujer" (pág. 176).
La novela de Ferrero está dividida en cuatro partes, de las cuales las tres primeras encierran la historia reconstruida. El arranque de la obra ("Sueño que vuelvo al jardín de los Guridi") evoca, tal vez deliberadamente, el recuerdo de una célebre novela transformada en una no menos célebre película, a fin de señalar que comienza una analepsis narrativa, un relato retrospectivo de hechos sucedidos hace tiempo, y también, sin duda, con el propósito de anticipar el carácter traumático -como en la novela aludida- de las experiencias vividas. Este núcleo de la historia se refiere al influjo absorbente y destructivo ejercido por un profesor de francés -Diago- sobre sus alumnos más vulnerables, como son los amigos del narrador: Valentín, Hans, Jonás, todos ellos víctimas de Diago, subyugados por su personalidad y por su afán posesivo, del que la sumisión sexual es tan sólo un elemento más. En este sentido, la novela de Ferrero constituye también una aguda mirada sobre la adolescencia como etapa de indefinición, sometida a toda clase de vaivenes e influencias que determinarán la trayectoria ulterior del sujeto. El personaje de Diago, que encarna la perversión de la pedagogía y su transformación en sed inextinguible de dominio, es sin duda una buena creación, de perfiles seguros y bien trazados. Acaso la facilidad con que los adolescentes se ven subyugados hubiera necesitado más informaciones o más matices. El paralelismo entre el final de Diago y el accidente en que perecieron sus discípulos sugiere que el azar que gobierna nuestras vidas establece en ocasiones significativas correspondencias cuya interpretación escapa también a nuestro control.
Estas y otras ideas han encontrado una encarnación novelesca adecuada, con personajes creíbles e intensos, que ocultan repliegues profundos de la personalidad -piénsese en Violeta y su hermano- y dejan en el aire sugerencias que el lector podrá completar. Una novela seria, escueta, que podría haberse despeñado por el derrumbadero de lo más fácil y que, sin embargo, mantiene un nivel de exigencia y una cohesión interna nada desdeñables.