Novela

Manteca colorá

Montero Glez

10 noviembre, 2005 01:00

Montero Glez. Foto: Paco Toledo

Del Taller de Mario Muchnik. Madrid, 2005. 183 páginas, 12 euros

Dos novelas de Montero Glez (Sed de champán [2002] y Cuando la noche obliga [2003]) dieron a conocer el nombre de un autor de indudable originalidad, con un poder narrativo poco frecuente y buen conocedor de los ambientes de la costa gaditana en que situaba sus historias, repletas de truhanes, hampones violentos, contrabandistas y tipos de vida airada.

Esta nueva narración, más breve y concentrada que las anteriores, ofrece las mismas características, si bien hay en ella una mayor concentración temática y mayor libertad en la configuración del discurso narrativo, donde la mezcla de los estilos tradicionales -directo, indirecto, indirecto libre- es continua y se produce, en ocasiones, dentro de una misma frase. El uso continuo de voces jergales y el recurso a estructuras gramaticales muy simples, deliberadamente elementales y con nexos repetidos (como a la que por "mientras" y otras fórmulas) refuerzan la impresión de discurso oral que transmite el relato, acentuado por numerosas analepsis que interrumpen la línea narrativa, así como por la presencia esporádica del narrador ("decíamos que la ventana...", "el coronel Peralta bebe [...] Vamos a dejarle ahí...", "sigamos con él pues el coronel..."), hasta llegar incluso a la reproducción gráfica de formas vulgares o elípticas de pronunciación (mirusté, sabusté, antié, alcagöeses, malegroverte, prepárame argo tapiñeo, habrazevizto, etc.) o a la utilización de mayúsculas para subrayar frases gritadas en algunos diálogos. Todos estos recursos, manejados con destreza por el autor, dan forma a una historia bronca y violenta, donde los más crueles asesinatos, las torturas y las venganzas por encargo ayudan a esbozar una sociedad recorrida por una corriente subterránea de negocios sucios, gentes venales y sin escrúpulos, policías corruptos y seres de impulsos primitivos, movidos únicamente por la ambición y el sexo: un panorama sombrío, de extremada violencia, que Montero Glez retrata con una prosa contundente y seca, sin escatimar horrores, casi con la frialdad de quien compone una fría acta notarial.

La historia es muy esquemática, y se reduce a una venganza preparada por un ex coronel de la Guardia civil contra el Roque, un sujeto con amplia historia delictiva, y de la reacción de éste, que en su huida va dejando un reguero de muertes en Conil de la Frontera, lugar donde se desarrollan las acciones de la novela. Algunas historias secundarias, pero igualmente intensas, se unen a la línea principal del relato y lo complementan con eficacia, como sucede con todo lo que se refiere a dos personajes femeninos, la Sole y la rusa Bárbara Kurkrovich. De los sicarios y maleantes que sirven al coronel -el Lunarejo, el Moquillo, el Lagarto, etc.- se ofrecen retratos despiadados, delineados en buena medida con una técnica deformante similar a la que preside la creación de algunos peleles distorsionados presentes en las obras del Valle-Inclán maduro, un lejano modelo que era ya perceptible en las obras anteriores de Montero Glez.

En algunos sentidos esta novela del autor constituye un paso hacia delante con respecto a Sed de champán y Cuando la noche obliga: en la exploración de una estética de la violencia y en la reducción de la retórica expresiva a fórmulas intencionadamente elementales, que puedan constituir el vehículo adecuado, el material idóneo para plasmar una historia de pasiones e impulsos de exacerbado primitivismo, que tal vez a ciertos lectores les traiga a la memoria el término "tremendismo" puesto en circulación a raíz de la aparición de La familia de Pascual Duarte. Cabría preguntarse si esta tensión permanente, este buscado estilo narrativo, aquí contenido en los límites de lo que constituye, en realidad, una novela corta, podría sostenerse en construcciones de mayor tonelaje, en obras más extensas. Es probable que no -o no tan fácilmente-, pero sólo los pasos siguientes del autor podrán certificarlo. Por el momento, Montero Glez sigue manteniendo con Manteca colorá la acusada personalidad que, como narrador, le proporcionaron sus dos novelas anteriores.