Novela

Fuga del amor

César Antonio Molina

15 diciembre, 2005 01:00

César Antonio Molina. Foto: Chema Tejeda

Destino. Barcelona, 2005. 245 páginas, 18’50 euros

La nota de contracubierta de este volumen induce a error al señalar que Fuga del amor "es una novela cosmopolita y sutil". Dejando aparte la adjetivación, conviene advertir que no nos encontramos, en rigor, ante una novela, por muy amplio que sea el concepto del género novelesco que cada uno tenga.

Sus veinte capítulos constituyen otras tantas historias independientes -el hecho de que todas contengan viajes del mismo narrador no basta para conferirles la unidad de una narración extensa- que, por otra parte, sería arriesgado denominar "cuentos", ya que en la mayoría de ellas el peso de la ficción parece mínimo. Los abundantes datos que se ofrecen del narrador de estas historias permiten identificarlo con el autor, y muchos de los sucesos se presentan como crónicas, evocaciones o relatos de experiencias vividas. Como sucede con buena parte de la obra en prosa publicada por el autor, hay aquí una mezcla de modalidades genéricas: el relato de viajes, las memorias fragmentarias, los comentarios culturales y, en menores dosis, la ficción. Incluso en los textos con mayor sustancia novelesca -como "Los ángeles del altiplano", "¿Por qué he de sentir condena y extravío?", "De donde vengo nadie lo sabe" o "El último verano en las islas"- destaca por encima de todo la perspectiva del viajero curioso e impregnado de cultura, empeñado en dar fe de sus andanzas con minucioso cuidado: "Salía tras una breve siesta de mi habitación al final de la Via Guelfa, junto a la Fortezza da Basso, callejeando hasta la gran sombra del palacio Strozzi, atravesaba el puente de la Santísima Trinidad, entre la iglesia del espíritu Santo y el palacio Pitti, y me perdía por lugares a veces intransitables desde la Fortezza di Belvedere hasta la plaza de Miguel ángel" (pág. 14). Noticias y comentarios acerca de restos arqueológicos, pinturas, obras literarias y monumentos arquitectónicos invaden la narración, a veces de un modo excesivo, y subrayan la impresión de encontrarnos ante unos nuevos "cuadros de viaje" que si al principio tienen en común la aparición de una mujer que pronto se esfuma como una posibilidad desvanecida, pronto llegan a prescindir incluso de este motivo aglutinador, que apunta hacia las relaciones amorosas platónicas pero no alcanza un desarrollo cabal. Así, "El helecho de la resurrección" es sobre todo la crónica pormenorizada de un viaje a Oaxaca, y en "Una piedra por cada recuerdo" la visita en Amsterdam al escritor Cees Nooteboom tiene tal extensión que minimiza los elementos ficcionales del relato.

El valor de estos textos reside más en la intensidad de las evocaciones y la permanente curiosidad artística del viajero culto que en la construcción propiamente novelesca. Algunos descuidos se deslizan en estas páginas, desde la afirmación del profesor que asegura pasar varias horas "encerrado con mis alumnos en unas aulas solitarias" (p. 40; no lo estarían, por tanto) hasta ciertos usos mejorables: "dintel" por "umbral" (pp. 778, 89), "enjuagarse" por "enjugarse" (pp. 79, 142), "detrás nuestra" (pp. 148), "enfrente suyo" (pp. 179) y algunos otros deslices que hubieran necesitado revisión.