Novela

El rey de la sandía

Daniel Wallace

23 marzo, 2006 01:00

Daniel Wallace. Foto: Archivo

Traducción de Iñigo G.Ureta. Alfaguara, 2006. 264 págs, 15 euros

Como escribe Daniel Wallace , "lo que nos mantiene con vida son las historias que nos contamos sobre nosotros mismos. Sin ellas, ¿qué es lo que tenemos?" (pág. 151), así que son ante todo historias de gente lo que se narra en El rey de la sandía.

Para empezar, es la historia de Thomas Rider, el narrador que busca desesperado cualquier información sobre su madre muerta el mismo día en que nació porque "me sentí como si me faltara una pieza" (pág. 142); la de su madre Lucy, que tuvo la suficiente valentía para enfrentarse a todo un pueblo; la del tonto Iggy, convertido en protagonista de una tradición tan absurda como arraigada; la de la camarera Anna, amiga íntima de Lucy; la del farmacéutico Al, que le ayudó en el trágico parto… y el resto de habitantes de Ashland, Alabama. Todos ellos hablan, "Es lo que mejor saben hacer" (pág. 172), dejándonos oír su propia voz y, al tiempo que narran su relación con Lucy, entrevemos su particular historia personal. Como en la célebre Winsburg, Ohio de Sherwood Anderson, también en ésta el verdadero protagonista es el pueblo, cuyo futuro "…parecía correr parejo al de la sandía; en nuestros corazones la semilla de la sandía empezó a equipararse a la semilla de un niño" (págs. 16-17).

La historia, dividida en cuatro partes estilística y temporalmente diferenciadas, narra las peripecias de Thomas Rider en su intento de "encontrarse a sí mismo" (pág. 13). El relato que le contara su abuelo informándole sobre la ausencia de su madre no pasaba de ser una fantasía que no lograba convencerle. Finalmente conoce la verdad, o mejor dicho, la punta de la madeja que deberá desenrollar para conocer la verdad, las verdades, sobre su origen y su madre. Como en la novia de Yellow Sky, los atractivos físicos y personales de aquella recién llegada a Ahsland cautivaron a los varones del pueblo. Su gran orgullo era la celebración del día de la sandía, cuando para complacer a la naturaleza un joven varón debía perder su virginidad. Aquel primer año que Lucy pasó en el pueblo el elegido fue Iggy, el tonto del pueblo, lo que disgustó a la bella y deseada mujer.

No podía ser Iggy, pues aunque hubiera dicho lo contrario no era virgen, pues la había dejado embarazada. Finalmente nace Thomas, un niño sano sin síntomas de malformaciones, lo que aviva la llama del supuesto engaño. Lucy muere tras el parto, pero no será esta la única tragedia que acontece en el pueblo.

La primera parte es la más interesante del volumen; Thomas llega al pueblo y se entrevista con distintos personajes que conocieron íntimamente a su madre. Para unos su madre "era una Zorra. Eso mismo, zeta mayúscula…" (pág. 61); para otros, en cambio, "Lucy Rider fue una razón para vivir o, al menos, una razón para no matarme." (pág. 56). Cada una de las historias nos ofrece una perspectiva distinta del mismo acontecimiento mostrándonos lo compleja que puede llegar a ser la realidad.