Image: Todo lo que se ve

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Novela

Todo lo que se ve

Alberto Ávila Salazar

4 mayo, 2006 02:00

Alberto Ávila Salazar. Foto: R.A.

Premio arte joven de la Comunidad de Madrid. Lengua de trapo. 2006. 142 páginas, 15’60 euros

"Bernardo es comedor de ostras profesional, las come de nueve a seis todos los días de la semana salvo el domingo". La primera frase de esta novela, carta de presentación de este madrileño de poco más de treinta años, ganadora de la última edición del Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid, aporta bastantes pistas acerca de aquello que va a encontrar el lector en estas páginas: una historia poco convencional, repleta de personajes y situaciones originales y contada con ambición.

Podríamos decir que Todo lo que se ve cuenta dos historias: por una parte, la de las cuatro copias de una novela en su libre y algo azarosa circulación por el mundo y el enamoramiento de su narrador-protagonista de Felicidad, la inquietante chica de cabello blanco a quien conoce porque coinciden en sus viajes en metro. Sin embargo, que nadie espere dos relatos trenzados al uso ni una resolución previsible. ávila Salazar parece haber urdido la trama con una única finalidad: sorprender al lector. Y eso hace, ni más ni menos. Para empezar, se trata de una novela repleta de juegos y guiños, que busca la complicidad con el lector y exige un receptor poco dado a la pasividad y algo experimentado.

Todo ello porque la velocidad, la alternancia de escenas y personajes, la aparente desconexión entre fragmentos que encajan sólo a veces es el modo elegido por el autor para demostrar que se puede escribir una novela igual que se ve la televisión con el mando a distancia en la mano. Si estuviéramos hablando de un plato de alta cocina, diríamos que está desestructurado. Porque, desde luego, algo de aniquilación de estructuras hay en este contar despedazado, casi a fogonazos, que tanto se parece al lenguaje audiovisual del video-clip o de la publicidad, y también de cierto cine. Por otra parte, el autor se ha preocupado mucho de que captemos el mensaje: la realidad es fragmentaria y está hecha de muchos pedazos, aparentemente sin conexión, que conviene ir ensamblando. Y sólo tras armar el rompecabezas podremos aspirar a comprender parte de la totalidad. Aunque sólo parte.