Novela

Autómata

Adolfo García Ortega

18 mayo, 2006 02:00

Adolfo García Ortega. Foto: J.M. Lostau

Bruguera. Barcelona, 2006. 480 págs, 17 euros

Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958), novelista, poeta y editor, prosigue con Autómata una trayectoria novelística ascendente, con obras de reconocida factura en el camino, como Café Hugo (1999), destacada en su recepción crítica como una metáfora de la vida.

Algo así podría decirse de Autómata, pero en otros ambientes muy lejanos de aquella noche vallisoletana de Café Hugo y con técnicas narrativas que ahora son deudoras de la gran tradición de novelas de aventuras en el mar, desde la Odisea hasta el Melville de Moby Dick y las obras de Conrad, pasando por Verne, las novelas del mar de Baroja y los testimonios de los cronistas de Indias.

Autómata es la narración de dos obsesiones que confluyen en la búsqueda del sentido de la vida y la ficción. Las obsesiones están encarnadas en la imaginación de personajes de distintas épocas que van desde la corte de Rodolfo II en la Praga mágica del XVI y el Madrid coetáneo de Felipe II hasta las postrimerías del siglo XX, cuando un español de origen irlandés emprende hacia Isla Desolación, en el estrecho de Magallanes, el viaje que sus abuelos habían realizado en el primer tercio del siglo. Oliver Griffin Aguiar está ahora en Madeira. En Funchal se encuentra cada día con el anónimo narrador-autor de la novela, convertido en receptor inmediato de la narración de Griffin. En varios días y noches seguidos Griffin cuenta su viaje en barco hasta Punta Arenas, dominado por la obsesión de hallar el autómata que había visto en una fotografía de su abuelo con la descubridora del extraño humanoide en Isla Desolación. ésta es la doble obsesión que Griffin no podrá superar hasta que pise tierra con el autómata restituido a la Isla Desolación, que tantas veces ha imaginado y dibujado.

Pero la narración oral de Griffin transcurre por múltiples meandros, apoyada en sus experiencias y en cartas. Así, con la fluidez y la naturalidad que la asociación de ideas imprime al relato oral, la novela da cuenta de las invenciones de magos y alquimistas de Praga para complacer las quimeras de Rodolfo II y el proyecto militar de su tío Felipe II para construir un ejército de autómatas con el fin de proteger el estrecho de Magallanes. Con ello se pasa a la historia de los descubridores y conquistadores de aquellas tierras y a la aventura de cómo llegó hasta allí el único autómata conservado e invisible. Y en continuo relato de episodios en cadena, con figuras históricas que van desde Sarmiento Gamboa hasta Churruca, llegamos al viaje de novios realizado por los abuelos de Griffin, al amor renacido entre el abuelo ilusionista y la descubridora del autómata y a la navegación de Griffin hasta su Isla Desolación, meta de su afán de "inventor de islas y cultivador de historias".

Dos obsesiones, la del autómata que representa el sueño de los humanos por crear vida artificial y la de Isla Desolación como punto final de viaje, constituyen el eje vertebrador de esta novela de aventuras, narrada con premiosidad y fragmentarismo aprendidos en Moby Dick, que le sirve de modelo también para integrar la narración plural de tantos episodios, la dimensión simbólica de los mismos y la reflexión sobre los eternos interrogantes del hombre entre el amor y la muerte, siempre sobreviviente de algo y, precisamente por eso, necesitado de la narración de historias con que sobrellevar sus insatisfacciones. He aquí el sentido más profundo de esta novela que busca lectores exigentes para descubrir en el relato de tantas aventuras que se bifurcan la necesidad y la función de la ficción en la vida. Su mejor imagen está en el receptor hechizado en Madeira por el arte de narrar de Griffin: desaparecido éste, el destinatario empieza a dibujar su Isla Desolación y se convierte en el narrador que nos da la novela que "tiene ante sí el lector" (pág. 478).