Novela

Muertes paralelas

Fernando Sánchez Dragó

8 junio, 2006 02:00

Fernando Sánchez Dragó. Dibujo de Grau Santos

Premio Fernando Lara. Planeta. 2006. 319 pp., 23’50 euros

Resulta difícil ser objetivo en el análisis crítico y valoración de un libro tan radicalmente subjetivo como éste. Su autor ha desgarrado en sus páginas alma, corazón y vida, a manos llenas, escribiendo un texto híbrido que tiene algo de relato detectivesco y mucho de narración autobiográfica, con acento individual y alcance colectivo.

De todo hay en esta dramática búsqueda del padre y del yo autorial que se desvive por conocer cómo fue la tragedia de sus padres y, a la vez, conocerse a sí mismo. En su personal descenso a los infiernos, Sánchez Dragó, gruñón confeso (pág. 420), amparándose en el "dolorido sentir" garcilasiano y arremetiendo contra el cainismo español, contra fanáticos y progres, inquisidores y torquemadas y demás comisarios de la cultura, concibe con sangre su escrito "a contraespaña", sin ahorrar exabruptos y digresiones preñadas de polémica, largas amplificaciones retóricas y melodramáticas descargas emocionales que pretenden justificarse, incluso en sus contradicciones y errores, por su carácter de obra en marcha y porque, huérfano antes de nacer, quiere rescatar la figura del padre para saber la verdad y encontrarse a sí mismo.

Muertes paralelas respira literatura -y vida, pues cuenta la tragedia esencial del autor-. Desde su título, imaginado a partir de las Vidas paralelas de Plutarco, hasta su intertextualidad en continuas referencias a lo más granado de la literatura universal (trágicos griegos, Homero y Virgilio, Cervantes, Shakespeare, Calderón, Unamuno, Machado, Valle-Inclán, Lorca, M. Hernández, Capote y un largo etcétera), pasando por el mestizaje de géneros en un texto inclasificable que se presenta como "novela cuasi policiaca" (p. 48), "narrativa autobiográfica" (228), "verídica tragedia" (307), "novela estrictamente autobiográfica" con visillos de fantasía (448) o "revoltijo de géneros" (363) integrados en un libro de no ficción que "iba creciendo y, poco a poco, lo que había nacido como ensayo totalizador, narrativo y reflexivo, de reconstrucción histórica general, familiar y personal, se transforma en novela, y la novela derivaba a tragedia" (pág. 613).

Como tragedia, consta de "Introito", tres actos y "Epílogo". En la introducción aparece el autor, detenido en 1956 por las revueltas universitarias, en el momento en que, de labios del comisario Conesa, descubre que su padre fue fusilado por los nacionales al comienzo de la guerra. Los tres actos cuentan con sendos protagonistas, el padre, la madre y el hijo, que aquí emprende su búsqueda en procura de catarsis purificadora. El acto I se centra en el viaje que llevó a Fernando Sánchez Monreal, periodista y director de la Agencia Febus, a buscar noticias de la sublevación militar, el 18 de julio de 1936, de Madrid a Córdoba, Granada y Sevilla, para después llegar a Valladolid, donde fue detenido y llevado a Burgos, denunciado por un primo de su mujer y asesinado el 14 de septiembre. El vía crucis de la madre del autor en busca de su marido vertebra el II acto. Pero en ambas partes el relato discurre por múltiples meandros, ocupándose de lo divino y lo humano en las "muertes paralelas" que el autor así considera en los trágicos destinos de su padre, José Antonio, Lorca, entre otros crímenes perpetrados al principio de la fraternal carnicería española. El acto III converge -con más carga de ficción- en el protagonismo del hijo, que ahora cambia su nombre real por el de Dionisio, su alter ego en novelas como Las fuentes del Nilo, , de la que se transcriben varios fragmentos. Y en el epílogo se reproducen el comienzo y el final de Sinuhé, el egipcio, adaptando los nombres a las circunstancias del autor, identificado con el protagonista de la novela de M. Waltari.

Autobiografía, novela, tragedia y mito (de Orestes y Edipo a Hamlet y Segismundo) se aúnan en este doliente exorcismo personal del autor para completar uno de los libros más valientes y encarnizados que he leído, también uno de los más desmesurados y contradictorios, pues la tendencia del escritor a la hipérbole se ha desmadrado no poco y su afán de polemista se prodiga por doquier en sinceras alabanzas y ajustes de cuentas con unos y otros y también consigo mismo, rechazando su nacionalidad española pero defendiendo su condición de escritor en lengua española. Y la torrencialidad de la prosa se ha llevado por delante la corrección de algunos latinismos como motu proprio (mal escrito siempre, salvo en pág. 331).