Novela

Los misterios de Barcelona

Antonio-Prometeo Moya

27 julio, 2006 02:00

Antonio-Prometeo Moya. Foto: María L.G. de la Hoz

Caballo de Troya. Barcelona, 2006. 311 páginas, 11’90 euros

Casi simultáneamente y en esta misma editorial, Antonio-Prometeo Moya ha lanzado dos obras dispares: unas interesantísimas últimas conversaciones con Pilar Primo y esta novela, cuyo título nos sitúa en los modelos de la literatura folletinesca del siglo XIX -encabezados por Les mystères de Paris, de Eugène Sue-, reproduciendo incluso literalmente el de una narración del catalán Nicasio Milà de la Roca (Los misterios de Barcelona, 1844) cuya intrincada historia mereció ser adaptada al cine por Joan Maria Codina (1916) en dieciséis episodios. Esta versión moderna de los viejos folletines debe entenderse como lo que es: un entretenimiento digno, una recreación humorística y paródica que contiene, bien visibles, todos los ingredientes del género: oscuras historias de familia, herencias inesperadas, anagnórisis, científicos perturbados, caserones con pasadizos y puerta ocultas, muertes misteriosas... La localización de algunos pasajes en el Liceo barcelonés obliga a recordar también historias como la del fantasma de la ópera, todo ello lo bastante abultado para que el lector advierta sin dificultad el carácter de recreación, con ribetes jocosos, de un subgénero que no puede considerarse definitivamente periclitado, porque de vez en cuando reaparece en relatos y bestsellers de éxito -como algunos muy recientes-, e incluso es aprovechado, en mayor o menor medida, por novelistas con otra orientación, desde el Eduardo Mendoza de El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas hasta el Ruiz Zafón de La sombra del viento. En Los misterios de Barcelona la novedad reside en lo que podría llamarse actualidad psicológica del personaje conductor del relato, Santiago Bocanegra, que vuelve a España "después de vagabundear por el centro y el este de Europa", con treinta y ocho años y sin oficio ni beneficio, y que parece concitar todos los conflictos imaginables. En torno a él, su ex compañera Virginia -reencontrada por casualidad; no hay que buscar mucha lógica en los hechos-, el abogado Arístides Fenil, el policía Fenoll y sus ayudantes -fuertemente caricaturizados-, Sonia o Isolda Blanco componen un conjunto de tipos pintorescos que sostienen las abundantes acciones que jalonan la historia. No importa que al final todo resulte un poco embarullado en la tenebrosa historia familiar que se descubre. En cierto modo, una pizca de confusión forma parte de las convenciones del género.

Quien desee pasar unas horas de entretenimiento intrascendente no se sentirá defraudado, y tal vez eche en falta algo más de acción, un ritmo más vivo en bastantes escenas donde las explicaciones innecesarias detienen la fluencia de los hechos. Los maestros en este arte continúan siendo los folletinistas franceses -Sue, Ponson du Terrail, Dumas-, como muy bien sabía Baroja, que aprendió en ellos mucho acerca del ritmo y la vivacidad de la narración. Antonio-Prometeo Moya se sitúa en esta misma estela, claro está que sin pretensiones de originalidad, sin más objetivo que mostrar las posibilidades vigentes del folletín, y tal vez sugerir al mismo tiempo cómo bajo la apariencia moderna de una ciudad como Barcelona continúan ocultándose viejas historias que, como las conducciones de agua del subsuelo o los túneles, pueden aflorar a la superficie y adquirir súbita actualidad.