Novela

A ciegas

de Claudio Magris

7 diciembre, 2006 01:00

Claudio Magris. Foto: Carlos Miralles

Trad. de J. á. González Sainz. Anagrama. Barcelona, 2006. 376 páginas, 19’50 euros

Hartos de clamar contra el yermo narrativo posmoderno, empedrado de novelas efímeras que amagan poses de una fingida literatura sin literatura, siempre nos reconfortará reencontrarnos con libros como el último de Claudio Magris. En él luce la multifacética personalidad del escritor y prestigioso germanista de Triste, curtida tanto en empresas novelísticas como en el ensayo y la literatura de viajes, hasta el extremo de que A ciegas venga a convertirse en una especie de summa de toda su obra publicada hasta el momento, y pienso concretamente en Otro mar o Microcosmos, incluso en Utopía y desencanto. Pero es de destacar también que el lector se encontrará en A ciegas con la posibilidad contraria a las "novelas sin estilo" que tanto proliferan. Magris narra como si las imágenes de su relato pasaran por numerosos filtros, como cuando en un sucinto párrafo de la pág. 287 se pinta la bodega de un barco de deportados como la vísceras de un cuerpo vivo, o se describe en otro capítulo el gesto firme con el que se ultima a un accidentado en la montaña. En el ecuador del texto, su fragmentación en unidades más cortas nos ofrece verdaderos poemas narrativos en los que aquella voluntad de estilo se hace todavía más palmaria.

Añádase a lo dicho la complejidad de la historia, que se centra en dos personajes y en dos siglos, el aventurero danés Jorgen Jorgensen, y Salvatore Cippico, que, hijo de un emigrante italiano, nacerá en Tasmania hacia 1910. La relación entre ambos se establece en términos muy requintados. Algo hay en ello del juego literario del doble, al que Heine denominara "mi pálido camarada" en "Der Doppelgänger (Nemesis)", mito que tuvo predicamento psicoanalítico y que cobra actualidad con las posibilidades de la clonación que Magris menciona. La existencia del texto se justifica en calidad de testimonio oral y escrito que Salvatore hace a instancia del doctor que le atiende en Italia. La "novela delirante" (p. 22) que el personaje va enhebrando contiene retazos de su vida de comunista expulsado de Australia en los años 30, de combatiente en las brigadas internacionales y de confinado en la isla-gulag de Tito, a lo que se añade una autobiografía de Jorgensen danés con el que Salvatore se siente identificado. Ambos representan actitudes contrapuestas: el individualismo romántico y el compromiso con la revolución. Les une lo que a lo largo de toda la novela constituye, junto al emblema de los mascarones, un leit-motiv: el mito de Jasón y los argonautas. Simboliza la conquista de lo imposible o irrazonable, pero Magris lo identifica con la utopía comunista, "ese vellocino, nuestra lacia bandera roja" (p. 278).

Nada más lejos, pues, de la inanidad posmoderna, ni de las vergonzantes concesiones con que los fingidos novelistas resuelven el expediente narrativo. Sobre el molde de una estructura expresiva y apelativa, con el yo del personaje narrador no fidedigno y paranoico, y el tú de un doctor cuyo papel nunca se deja ver claro (p. 110), se van ensartando en una nebulosa anacrónica personajes, acontecimientos y situaciones. La novela está repleta de tiempos y de espacios, éstos mencionados con deliberada precisión, lo que no deja de sumir a los lectores en una espiral vertiginosa de la que el texto, en sus insertos metanarrativos, se cura en salud. Cuando en el capítulo 17 el narrador pide disculpas al doctor Ulcigrai porque "me he dejado llevar por los recuerdos más apasionados y me he hecho un lío", el lector no puede por más que estar de acuerdo. Algo tiene A ciegas de novela excesiva, donde el escritor ha pulsado a la vez tantas teclas del órgano novelístico que el resultado puede parecer desbordante en lo compositivo y demasiado liviano en lo temático o conceptual.