Novela

Un hombre de palabra

Imma Monsó

7 diciembre, 2006 01:00

Imma Monsó. Foto: Archivo

Alfaguara. Madrid, 2006. 247 páginas, 17’50 euros

La narradora de esta historia, una escritora cuya súbita viudedad la ha dejado a solas con su hija adoptada, se propone reconstruir su vida en común mediante la escritura: "¿Qué no podría atrapar con tantos millones de combinaciones de letras, pura vida en movimiento?" (p. 242). Por otra parte, confiesa que "en los últimos tiempos había dejado de creer en las fronteras entre realidad y ficción" (p. 243). Y anuncia desde el comienzo la disposición de la obra en capítulos alternantes: "Capítulos A, capítulos B. En los capítulos A hablaré de cómo nos conocimos, de la vida con él. En los capítulos B de cómo le perdí, de nuestra hija, de la vida sin él" (p. 16). Cabe añadir que los capítulos A, marcados por la naturaleza "histórica" y externa de los hechos reconstruidos, están narrados en tercera persona, mientras que los capítulos B, más íntimos y elegíacos, han requerido el relato homodiegético y confesional de la desvalida narradora. Ahora bien: esta narradora -nombrada siempre como "Lot", uno de los nombres afectivos creados por el difunto- cuenta cómo su compañero (llamado familiarmente el Cometa) tradujo en cierta ocasión un relato de ella, titulado "Los alegres funerales de los parientes de Burdeos", y éste es el título de un cuento de Imma Monsó, incorporado al volumen Mejor que no me lo expliques (2004). Esta información, junto a las palabras ya citadas de la narradora acerca de la indiferenciación entre ficción y realidad, abre la posibilidad de leer Un hombre de palabra como una especie de crónica desnudamente autobiográfica, o como una mezcla efectiva de realidad y ficción -una modalidad discursiva que cada día parece cobrar mayor auge- gracias a la cual habría entre Lot e Imma Monsó, si no una identidad absoluta, numerosos puntos de coincidencia. Sea como fuere, la obra se presenta como novela, y como tal es preciso enfocarla, de modo que la posible relación de la historia con hechos o personajes reales es una circunstancia irrelevante, y lo que cuenta es la creación de caracteres, la profundidad de la introspección psicológica, el equilibrio y la cohesión de la estructura narrativa, la eficacia de las formas expresivas puestas en juego.

Y lo primero que puede señalarse es que estas páginas, escritas primordialmente con el propósito de recrear mediante la palabra la singular personalidad del muerto, dejan un tanto borrosos los contornos del personaje, mientras que la narradora ofrece un acabadísimo retrato de sí misma, de sus sentimientos, de su deslumbramiento ante la persona querida, de la quiebra anímica producida por su pérdida. Ese amor profundo desarrollado a lo largo de dieciséis años de convivencia, ese embeleso constante e ilimitado de Lot ante el Cometa, exigía un perfil completo que permitiera entender mejor su indudable atractivo. Pero las acciones son sustituidas por definiciones ("El Cometa era exagerado, excesivo", p. 63; "[estaba] dotado de un carisma consensuado por un número lo bastante significativo de personas de distintas edades y condiciones", p. 108), y el lector no acaba de encontrar manifestaciones del personaje que corroboren estos rasgos caracterizadores. En cambio, el proceso psicológico de Lot, sus antecedentes sentimentales, su experiencia con el Cometa y, sobre todo, los efectos devastadores de su muerte, son objeto de agudísimas observaciones que jalonan especialmente el espacio temporal comprendido entre la muerte del personaje y la decisión de hacerlo perdurar merced a la escritura. Dicho de otro modo: los capítulos B son muy superiores a los capítulos A, lo que crea cierto desequilibrio en el conjunto.

Lo hacen también, de otro modo, usos idiomáticos que una prosista tan cuidadosa como Imma Monsó debería cuidar. Hay demasiadas trivialidades anglómanas o de moda: "priorizar" (p. 39), "lista de prioridades" (p. 183; ¿por qué no "preferencias"?), "clicar" (p. 207, por 'teclear' o 'pulsar'); "cómplice" y "complicidad" usados con discutible propiedad semántica (pp. 9, 179, 211...); "detectar" (pp. 125, 236) siempre en lugar de 'notar'; "un largo etcétera" (p. 209) o "acostumbrar a" ante infinitivo (pp. 100, 165, 171) con una preposición parasitaria, salpican demasiadas veces una prosa en conjunto precisa y tersa.