Novela

Corsarios de Levante

Arturo Pérez-Reverte

4 enero, 2007 01:00

Arturo Pérez-Reverte. Foto: Carlos Miralles

Alfaguara. Madrid, 2006. 368 páginas, 20 euros

A estas alturas de su popular serie de novelas históricas sobre la España del siglo XVII se me antoja que su autor hace tiempo que se dio cuenta de la importancia de su proyecto novelístico. Porque si empezó queriendo contar una serie de aventuras ambientadas en la historia patria del Siglo de Oro, no es menos cierto que en las novelas siguientes hemos ido asistiendo a la gradual transformación de la serie en un proyecto literario de mayor envergadura, como ya se vio en anteriores entregas, y ahora se confirma en este Corsarios de Levante, que me parece la mejor de todas. Porque acción y reflexión se integran aquí con mayor hondura de pensamiento en una prosa de probada eficacia narrativa e impecable perfección clásica y moderna a la vez.

Los escenarios de Corsarios de Levante son varios lugares del Mediterráneo. Atrás han quedado Flandes y los episodios contados en novelas anteriores, cuando el narrador testigo íñigo Balboa era un mozo imberbe que acompañaba al capitán Alatriste, quien ahora es ya "mi antiguo amo", pues Balboa se ha convertido en soldado que, a sus 17 años, vive y pelea como camarada junto al capitán. Ambos han crecido literariamente. Balboa, como soldado, es capaz de distanciarse de su capitán; y como narrador que cuenta desde su vejez parece más leído que nunca y cita con naturalidad a los clásicos del momento, que son, entre otros, Quevedo, Cervantes y Lope de Vega. También Alatriste ha evolucionado, pues es más viejo, tiene más cicatrices por fuera y en su interior (el desengaño tan barroco) y se prodiga en silencios cargados de significados ambiguos entre soldados valedores de su honra y dignidad hasta la muerte en defensa de una patria que tan mal les pagaba su heroísmo.
La estructura de la novela está basada en la simetría compositiva entre su comienzo y su final, desde aquel abordaje de la galera española Mulata a una galeota turca frente a las costas de Berbería en el capítulo primero hasta el apresamiento de una galera otomana en el Egeo y la encarnizada resistencia para salir de aquellas costas acosados por varias galeras turcas en el Cabo Negro, ante las costas de Anatolia, en los últimos capítulos.
Acción, reflexión y diálogo se combinan aquí con inusitada maestría. La suspensión de la intriga y el interés del lector están asegurados por la gradual sucesión de aventuras en movimiento climático que alcanza su punto culminante en el heroísmo de los soldados españoles ante las costas del Cabo Negro. La reflexión aparece diseminada en bien distribuidos momentos en defensa de la lealtad, la nobleza de conducta y la amistad entre soldados que representaban lo mejor de aquella España de Felipe IV -estamos en 1627- escarnecida por la maraña burocrática de funcionarios corruptos.

Pero lo mejor está, sin duda, en el lenguaje, salpicado de citas de los más grandes escritores del XVII, con Cervantes y Quevedo a la cabeza, aquel homenajeado en la ironía tan cervantina de los elogios al Chorrillo de Nápoles (pág. 234) y en continuas citas de sus obras y referencias a su paso como soldado por aquellos mismos lugares. Y aún más: el castellano de esta novela muestra una síntesis de tradición y modernidad arduamente lograda por medio de una gran riqueza léxica, con palabras del Siglo de Oro empleadas con precisión y propiedad, asociadas con naturalidad a giros de nuestro tiempo, y con el adecuado uso de voces de germanía y otras procedentes de las lenguas árabe y turca, explicadas, también como en Cervantes, por el narrador o por los mismos personajes que las emplean. Nadie como el autor es hoy capaz de construir creativamente y con tanta fluidez y naturalidad una prosa narrativa pergeñada en el español áureo y el castellano actual.