K2
Javier García Sánchez
18 enero, 2007 01:00El narrador era fotógrafo cuando el año 93 participó en una ficticia expedición a esta peligrosa montaña. Salió enloquecido de la experiencia y se convirtió en escultor. Fue a la deriva hasta que conoció a Julia, réplica en carne y hueso del K2. García Sánchez apuesta por describir de manera obsesiva este amor, con frases de este calibre: "Julia es la acequia por donde fluye mi gozo", "la crisálida que bajo la membrana de su sonrisa primero se agita tenuemente y luego se apaga". Y revienta con divagaciones el relato de las aventuras de alpinistas legendarios como Diemberger, Messner o Kukuczka, precisamente lo único que le puede interesar de verdad al lector. Luego entendemos el juego que propone García Sánchez, cuando asimila la escritura a la montaña misma. El K2, dice, tiene su propia sintaxis. Del mismo modo, colegimos, un libro tiene sus grietas, su abismo, su hipoxia y su bloque de granito. A la mitad de la novela no nos cabe duda de que ha utilizado a un personaje de ficción para poder lanzar un canto a la pureza de la montaña, lo que está bien, pero también para opinar impunemente sobre el comportamiento de algunos grandes alpinistas en situaciones oscuras. Así cuestiona a Hillary, conquistador del Everest, o a Kukuczca, a quien llega a culpar de la muerte de Pietrowski. Esta es la novela que nunca escribirían quienes han estado en el K2, incluso los que nunca volvieron.